En el 1972, el representante de Ghana en la Comisión III de la Asamblea de las Naciones Unidas – a la cual asistí en representación de Colombia-, cuestionó el orden económico internacional con la teoría de la “discriminación de hecho” que existía en el mundo, no generada por la voluntad de los gobiernos sino determinada por el modelo de desarrollo imperante. Millones de personas, en efecto, son víctimas de esa discriminación no institucionalizada y vergonzosa, porque con ella se desconocen los postulados de igualdad y de dignidad humana, así estos valores suelan proclamarse en convenciones, tratados y conferencias mundiales pero que no se hacen efectivos porque las características de un desarrollo económico deshumanizado lo impiden. En ese marco perturbador, se reparte la injusticia social en lugar del bienestar, situación que se mantendrá por siempre si no hay una revisión fundamental del modelo económico del capitalismo salvaje que rige en el mundo desarrollado. La discusión en la Comisión III de la ONU se dio – recuerdo- durante el debate sobre el “apartheid” o discriminación racial, para condenarlo donde estaba institucionalizado, pero cuyo debate se extendió a la otra discriminación de hecho, en los términos planteados por el representante de Ghana A estas alturas, la globalización de la economía ha acentuado esa discriminación de hecho, pues las legiones de hambrientos crecen en ese mundo de la competencia y de los adelantos tecnológicos y sin que estos factores del desarrollo hayan generado igualdad sino, todo lo contrario, crecientes desigualdades. Para denunciar ese estado de injusticia social, el Papa Benedicto XVI salió al paso con la expedición de la encíclica Caritas in veritate, en la cual llama la atención que el desarrollo económico ha desencadenado dramáticos problemas en el mundo. “En los países ricos- nos dice- nacen nuevas pobrezas” y en los pobres “ciertos grupos ricos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista”, lo cual implica, si se hace una lectura cristiana de ese planteamiento, una censura moral que, por provenir del Sumo Pontífice, debe considerarse dirigida no tanto a los feligreses de camándula sino a los dirigentes políticos, gobernantes y legisladores del mundo. En el espejo que nos muestra el Papa Benedicto XVI, deben mirarse todos los países del orbe y de manera especial, quienes tienen la responsabilidad de dirigirlos. En el caso de Colombia, prevalece un esquema económico excluyente, diseñado a la medida de intereses egoístas y sin alma social, así nuestros ricos se muestren generosos en dádivas o gestos de beneficencia, acaso para pedir perdón en los confesionarios de los recintos sagrados pero sin asumir una conducta que sea compatible con la ética de comportamiento que exige la encíclica Caritas in veritate. En verdad, y teniendo como guía las enseñanzas de la encíclica promulgada por Benedicto XVI, habrá que hacer ajustes de envergadura en materia económica para detener el crecimiento de la pobreza, que es la mejor forma de preservar la paz en todos los países del mundo. *Ex congresista, ex ministro, ex embajador. edmundolopezg@hotmail.com.co
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