Columna


La enfermedad está sana

MARIO MENDOZA OROZCO

15 de diciembre de 2009 12:00 AM

MARIO MENDOZA OROZCO

15 de diciembre de 2009 12:00 AM

Y luce tan saludable, que a muchos les produce envidia su apariencia. Por eso optan por emularla: quizás así medren a su amparo. Claro que entonces se enferman, y a eso se le conoce como adaptación, éxito y ascenso social. Su estatus hace que la mayoría los vea como “inteligentes”, o “astutos”, pues pocos perciben la enfermedad que padecen ni la llaman por su nombre: corrupción. Claro, también es cierto que “la salud está enferma”, como rezaba un titular reciente de la prensa nacional. Definamos ahora la enfermedad y que así quede definido su antónimo, la salud. Pasemos por alto la cuestionada definición de la OMS y utilicemos ésta, de la era genómica: “La enfermedad es un estado que pone a los individuos en un riesgo aumentado de padecer efectos adversos” y complementa: “El tratamiento (la medicina) busca disminuir o suprimir estos riesgos.” (Science 2001; 293: 807-8). Entonces, la medicina es tan sólo un componente de la salud, que se ocupa de tratar o prevenir la enfermedad. Los mayores generadores de enfermedad en el nivel mundial son la pobreza y la ignorancia, que suelen ir de la mano del desempleo y el hambre. Las personas que viven en esos estados sí que están en riesgo aumentado de sufrir efectos adversos, más precoces y de mayores consecuencias que los de muchas enfermedades comunes: desnutrición, parasitosis, infecciones, alcoholismo, drogadicción, muerte prematura, tristeza, rabia, delincuencia y desesperación, a veces mitigada por una mísera esperanza de que habrá un premio después de la muerte. ¿Por qué los gobiernos no se ocupan en primer lugar de la educación, resaltando una axiología autónoma, que no dependa de recompensas póstumas e intangibles? ¿Por qué no hacen lo que sea necesario para crear fuentes de trabajo remunerado con justicia, según el esfuerzo y los méritos de cada ciudadano? Es que me temo que aquí ocurre todo lo contrario. Informes recientes hablan de un aumento de la corrupción (el mal uso del poder para beneficio particular, en detrimento del interés colectivo) en nuestro país. Corrupción que mueve mucho dinero (el AIS, las zonas francas, los falsos positivos, las chuzadas, la caprichosa evolución del referendo reeleccionista, los choques entre el ejecutivo y las cortes, las alianzas oportunistas del legislativo con el ejecutivo, los “manuales para amenazar” y un largo etcétera). Entretanto los maestros sobreviven con salarios ínfimos, la universidad pública se ve amenazada por falta de recursos y los médicos recibimos sueldos de vergüenza. ¿Será posible remunerar a un médico con menos de un millón de pesos mensuales? ¿O pagar consultas especializadas a menos de veinte mil pesos? Sí, porque los médicos hemos sido apabullados por una maquinaria perversa, amparada por una ley que nos presume culpables de algún pecado original desconocido. La sal de Colombia, casi en su totalidad, apesta de putrefacción. Las leyes sirven para hacer las trampas, la ética se menosprecia y la honradez se castiga. La falta de preparación de los nuevos egresados de las facultades de medicina es preocupante. Parece que estos son los médicos “que necesita el país”. Este deterioro académico va paralelo a la aplicación de la nueva legislación que transformó la medicina en un negocio para intermediarios y a los médicos en obreros mal remunerados, y que fue impulsada por quien ahora pretende a cualquier precio reformar otra vez la Constitución para hacerse reelegir. Pero a los ricos eso no les importa. Casi no se enferman, y en cualquier caso pueden tratarse fuera del país. Mientras, la única esperanza de redención económica de un profesional honrado en Colombia es el baloto. mmo@costa.net.co

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