Columna


La fe genética

JAIME ALBERTO RESTREPO CARVAJAL

25 de octubre de 2009 12:00 AM

JAIME ALBERTO RESTREPO CARVAJAL

25 de octubre de 2009 12:00 AM

A sus 87 años, José Saramago, con la mente y la pluma intacta, estrena su novela “Caín”, en la misma línea de “El Evangelio según Jesucristo” y “La segunda vida de Francisco de Asís”. En una entrevista (El Tiempo, Oct 11/09) le preguntan cómo, “un ateo confeso”, escribe temas religiosos. Contestó con una paradoja: “Me parece absurdo pensar en un Dios que desde la nada ha creado todo…; se necesita tener un altísimo grado de religiosidad para ser un ateo como yo”. Similar paradoja sentí ante una “emboscada teológica” que tendió mi hijo: ¿Dónde está Dios y que había antes el Big Bang? Traté de calmarlo con el recurso infalible de la fe, sin descartar una explicación genética. La del filósofo Matthew Alper, cofundador de la Neuroteología, autor de “Dios está en el cerebro” (Norma, 2008): una interpretación científica de la espiritualidad y de Dios. Para armar este rompecabezas trascendental, Alper tuvo que estudiar ciencias naturales y sociales (biología, física, química, medicina, psicología, etc.). El libro recorre la evolución de la materia y la energía, desde el Big Bang hace 13.700 millones de años, la formación de las galaxias, la tierra y los organismos vivos, cada vez más complejos. Hasta que llegamos los homínidos, dotados de un cerebro suficientemente poderoso para crear la mente, la razón, la lógica y la conciencia, que nos diferencia del resto de criaturas conocidas. Un día, nuestros antepasados descubren la secuencia del tiempo y se preguntan qué había antes de nacer y qué habrá después de morir: ¡Nació la filosofía! Teniendo conciencia plena sobre la vida y la muerte, los primeros pensantes experimentaron la ansiedad de dejar de existir y el miedo a lo desconocido. Aliviaron esas angustias delegando el ordenamiento del cosmos a “seres superiores”, creados por la mente. Por adaptación evolutiva, es la tesis de la Neuroteología, se generó la espiritualidad y el concepto de Dios, como un mecanismo de defensa en el motor de la mente: el cerebro. Este órgano tiene una adaptación genética heredada, a tal punto, demuestra Alper con evidencia científica reciente, que hay regiones (lóbulo frontal, parietal, etc.) que, al ser estimuladas voluntaria o accidentalmente, cambian en forma drástica la espiritualidad de una persona. Así como el hombre tiene una capacidad cognitiva para el lenguaje, las matemáticas o la música, este “neuroteólogo” sustenta, con hallazgos científicos, que la espiritualidad y la religiosidad también son parte de tal evolución cognitiva. Alper cita con respeto la fe religiosa. Saramago, en cambio, critica duro a la iglesia pero le da importancia a la religiosidad: “En sentido etimológico, la religión es lo que une. Sabemos que estamos ligados al universo. Ahora bien, inferir que detrás de esta relación hay una causa primera me parece una afirmación gratuita, sin base científica. A lo mejor hay dos dioses: uno que se llama física y, el otro, química. Todas las cosas tienen otro lado. Mientras no lo veamos no tendremos un conocimiento suficiente de la realidad.” Razón tuvo, años atrás, el científico carismático Carl Sagan cuando dijo con gran humanismo: “En una vida corta e incierta parece cruel hacer algo que pueda privar a la gente del consuelo de la fe, cuando la ciencia no puede remediar su angustia”. *Ing. Civil y MBA, Directivo Empresarial restrepojaimea@gmail.com

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