La noticia ha tenido enorme despliegue: 50 grandes millonarios norteamericanos, encabezados por Bill Gates, han decidido regalar la mitad de sus fortunas para obras sociales. Sólo entre Gates y Buffet, dos de los más poderosos, reúnen la astronómica cantidad de cerca de 260 mil millones de dólares. Al margen del sensacionalismo que contienen estas decisiones, valdría la pena tener presente que las donaciones de grandes fortunas no son cosa nueva en los Estados Unidos; por el contrario, son quizás una de las mejores tradiciones del capitalismo gringo. Una de las primeras cosas que aprende, con asombro, un recién llegado al mundo universitario de Norteamérica es que los millonarios más famosos son héroes en sus ciudades. Se les respeta y se les enaltece como verdaderos servidores de la patria. Me refiero, por supuesto, a los viejos ricos, no a los de ahora que están presos en la cárcel por estafadores. Hombres como los primeros Carnegie, Mellon, Rockefeller, Vanderbilt y otras decenas más amasaron fortunas gigantescas en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, y antes de morir utilizaron esas riquezas para construir universidades, museos, bibliotecas y centros culturales. Pero no pequeños pabellones. Hablo de universidades, museos, bibliotecas y centros culturales que están entre los mejores del mundo. Hay, sin embargo, héroes más recientes. Yo recuerdo que cuando estuve en el 2003-2004 de profesor visitante en la Universidad de Wisconsin, en Madison, Estados Unidos, mucha gente me hablaba con mucho respeto de un millonario que había muerto recientemente y había dejado en su testamento 100 millones de dólares a la ciudad para la construcción de un complejo cultural, que incluía un teatro moderno. Es probable que lo que pretenda Gates y sus compañeros sea rescatar esa vieja y honorable costumbre, sobre todo hoy, cuando los hombres y mujeres humildes sienten rabia y creciente animadversión contra los tahúres de la bolsa norteamericana que ocasionaron la ruina y el desempleo de millones de personas. No por coincidencia han montado una gran publicidad alrededor de este gesto caritativo. Sea lo que fuere, esta tradición produce envidia de la buena, a nosotros, los colombianos, que rara vez escuchamos noticias acerca de grandes donaciones. A veces algo se oye de centros culturales y universidades favorecidas en Bogotá, pero nunca o casi nunca en los departamentos del Caribe. Cartagena, por ejemplo, tiene entre sus muchas vergüenzas la falta de una buena biblioteca pública. Y esto en una ciudad que aspira a ser un centro de turismo internacional y que fue en el pasado la capital universitaria de la Costa. Pero tampoco tiene parques de recreo para los niños, ni mucho menos centros culturales. De pura cosa el Teatro Heredia, que duró casi medio siglo destruido, antes de que el Gobierno Nacional se decidiera a restaurarlo con plata suya. Pero que lamentablemente tiene capacidad, en una ciudad de casi un millón de habitantes, para apenas 700 personas. ¿Será que el ejemplo de Gates y compañía inspira a uno de nuestros millonarios? Perdonen mi pesimismo, pero lo dudo. *Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena. alfonsomunera55@hotmail.com
NOTICIAS RECOMENDADAS
Comentarios ()