Columna


La horrible noche

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

05 de agosto de 2010 12:00 AM

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

05 de agosto de 2010 12:00 AM

Sé que a pesar de todo muchos siguen siendo uribistas y a ellos les pido perdón. No tengo la intención de causarles molestia alguna ni de ofenderlos con mis palabras que sé, interpretarán de resentidas y anárquicas. Me excuso de antemano. Les aseguro que no habita en mí odio alguno por un uribista, ni siquiera por el mismo Uribe. De hecho, estoy convencida que el odio no puede ser el sentimiento que siga motivando la voluntad de nuestros gobernantes ni de nuestros pueblos. Tampoco habita resentimiento en mi corazón, porque a pesar de que sigo sin perdonarle a mi hermano aquella vez que me clavó la punta de una cuchara en la cabeza, le perdoné todas las veces que se declaró seguidor del presidente. Dije, Dios mío, perdónalo, no sabe lo que dice. En teoría estas columnas deberían escribirse con cierta distancia, pero si Kafka no se aguantó personalizar su carta al padre llena de conflictos no resueltos, no sé por qué debo contenerme cuando en mi corazón habita un sentimiento tan inmenso como es la felicidad. Lo siento, amigos uribistas, pero mientras tuvieron 8 años para celebrar el hecho de tener lo que consideraron el mejor presidente de toda la historia, yo refunfuñé cada vez que se transmitía un consejo comunal. A esa hora mis amigos sabían que no debían pedirme plata prestada. Me amargaba cada vez que al presidente se le daba por hablar en diminutivo, me molestaba que comulgara con todas las iglesias del mundo. Me humilló cuando atacó a la Corte y cuando se le dio por sospechar de las organizaciones de derechos humanos. El mal genio envejece y durante la era de Uribe me salió mi primera cana. Entiendo que no era cosa difícil, pues los años pasan y mi hija sólo recuerda un país uribista. Cuando era pequeña se le dio por preguntar si acaso esto era una monarquía, yo le dije que Uribe sólo podía ser monarca en el Ubérrimo. Así, que después de 8 años en los que hablé entre dientes, me quejé y remilgué, es comprensible que tenga unos minutos de alegría, pues despedir a Uribe fue algo que soñé una y otra vez. Es justo. Es justo conmigo y con esa pequeña minoría de no uribistas que permanecimos en silencio todo este tiempo. Es justo que nos dejen celebrar. Mientras ustedes mejoraron sus condiciones de vida, consiguieron un buen empleo, se hicieron más ricos, recibieron beneficios del agro ingreso, otros sólo vimos más pobreza. Aquellos que se atrevieron a mostrar su desacuerdo, fueron tildados de terroristas, de chavistas, de comunistas, de antipatriotas y de desagradecidos. Pero no éramos nada de eso, sólo que centramos nuestra atención en los desplazados, en los falsos positivos, en los ataques a los defensores de derechos humanos, a los periodistas, y en otras barbaridades como el sonadísimo tema del DAS. Así que mientras ustedes, amigos uribistas cantaron el himno nacional con vehemencia durante estos largos 8 años, nosotros, esos poquitos colombianos, atinamos a pensar sólo en esa diminuta parte que dice “Cesó la horrible noche”. *Psicóloga claudiaayola@hotmail.com

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