Columna


La institucionalización del odio

NADIA CELIS SALGADO

14 de diciembre de 2009 12:00 AM

NADIA CELIS SALGADO

14 de diciembre de 2009 12:00 AM

Ante tanto insulto contra columnista circulando en las páginas web de la prensa, aprecio la fortuna de tener lectores considerados. Aunque valoro la democratización de la palabra pública que el comentar las notas ha generado, me preocupan los rasgos de nuestra “opinión pública” evidentes en esta práctica. Sobre todo el disfrute en la agresión verbal de los que marcan el tono de las discusiones. He visto los comentarios más retrógrados, intolerantes y ofensivos dichos con un orgullo que revela ya no sólo ignorancias llenas sino que sus voceros se sienten legitimados. Aclaremos que un insulto no es sólo una palabra sino un acto de odio. En la interacción cotidiana, equivale a una bofetada contra la estima ajena. Quien lo usa lo sabe un arma que desequilibra al otro, aún más desconcertado porque no ve venir el golpe ni sabe dónde es que le duele. En aras del contraste, valga decir que la ventaja de las políticas antidiscriminación en los países del “Primer Mundo,” no es la de haber erradicado el odio, sino la de haberlo sacado del espacio público. Sobra la gente que malquiere pero, como no lo puede decir, los niños crecen menos expuestos a sus prejuicios y aprenden a mirar feo al que insulta, en vez de a la víctima de sus improperios. Porque el insulto habla de quien lo dice. No digo que no sobra quien merezca un madrazo, pero quienes lo merecen no merecen que sus víctimas asuman sus métodos. Al ofensor hay que exponerlo y sancionarlo socialmente, atacando al comportamiento y no a la persona. Decirle al del chistecito qué feo es eso que estás diciendo para que sepa que no es gracioso; y aclararle al que se regocija en hacer sentir mal a los demás que reconoces la bajeza de sus métodos. El insulto público revela también un estilo: el de la descalificación del otro, la única manera como algunas personas logran construir argumentos coherentes y posicionarse a sí mismos. A la institucionalización de este estilo se debe ese tonito de orgullo que acuso en los comentarios en la red. Algo de cierto hay en el “Dime con quién andas…;” y es que hay gente que saca lo peor de uno. Si del presidente para abajo, el insulto, la provocación, la descalificación de los otros, el resentimiento y la venganza son valorizados, es de esperarse que la gente se sienta con derecho a airear su odio. Duele pensar en las cosas tan feas que ha sacado de los colombianos el autoritarismo de nuestro actual gobierno. Cuéntese la polarización de la opinión pública y la persecución de las opiniones divergentes, además de la política de “todo se vale” con tal de conseguir lo que uno quiere. El ataque al otro es hoy principio reinante en nuestras relaciones internas e internacionales, hecho que no va a cambiar pronto, porque quien ejerce su poder desde la confrontación necesita al otro para legitimarse. De modo que mientras siga en su silla, nuestro gobierno seguirá azuzando y buscando pleitos. El más reciente de sus gestos: las bases, que no en vano han sido recibidas hasta por nuestros amigos en Latinoamérica como una provocación. Dicen que los pueblos tienen el gobierno que merecen. Yo prefiero pensar en el pueblo colombiano como en una persona abusada desde muchos flancos, que a fuerza de intimidación constante se ha identificado con lo peor de sus agresores y no cree merecer nada mejor que lo que ellos le dictan. *Profesora nadia.celis@gmail.com

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