Columna


La libertad del contralmirante

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

04 de noviembre de 2009 12:00 AM

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

04 de noviembre de 2009 12:00 AM

He seguido con la misma atención con que creo lo ha hecho todo el país el juicio al Contralmirante Gabriel Arango Bacci. No todo los días se acusa a un distinguido oficial de la Armada Nacional de delitos tan graves, tales como el de revelación de secretos militares. Ni tampoco es frecuente que un acusado se defienda con la altivez y la dignidad con la que lo hizo desde el principio nuestro Contralmirante. Yo, como muchos otros cartageneros, recibí con asombro dicha acusación, además porque involucraba en su contra supuestas pruebas aportadas por la alta jerarquía de la Armada. Acostumbrados como estamos a los escándalos diarios, protagonizados por la pavorosa corrupción que destruye a nuestro país, lógico era que aún los que teníamos la mejor impresión acerca de la personalidad del Contralmirante dudáramos sobre su comportamiento. No obstante lo anterior, la convicción que emanaba de sus palabras al defender su inocencia y acusar con firmeza a los jerarcas de su propia institución de conspiración en su contra alimentaba en nosotros la fe en que estuviera libre de culpas. Nuestra esperanza de que fuera inocente. Hoy festejo con alegría el dictamen del delegado de la fiscalía ante la Corte. La entereza con la que ha reconocido la falsedad de las pruebas contra el Contralmirante, y su presunta inocencia. Y lo festejo por dos cosas: la primera, por este buen hombre que denunció siempre, sin desfallecer, la mentira que se urdía para hundirlo, y que proclamó su honradez sin temor de ninguna especie. No soy amigo del Almirante, y sólo una vez tuve la oportunidad de conversar con él, con ocasión de un acto de celebración de la memoria del ex presidente Rafael Núñez, y me pareció, entonces, una persona afable y decente. La segunda, porque al librarse la justicia de sancionar un mal irreparable e inmerecido contra un buen militar y su familia, ha dejado al descubierto zonas terriblemente oscuras del ejercicio del poder y de la mezquindad de quienes lo ejercen. Las afirmaciones del fiscal acerca de la actuación del Almirante Guillermo Barrera, acompañadas de las que repetidas veces ha lanzado sin temor el Contralmirante de que todo se originó por un montaje organizado por altos oficiales de la Armada, conspirando para sacarlo de la institución, son apenas la punta del iceberg de un profundo deterioro. El Almirante Barrera es nada menos que el Comandante General de la Armada, y resulta que el fiscal ha puesto en duda la pulcritud de sus actuaciones, y, sobre todo, la veracidad de las pruebas aportadas por él. Grave, muy grave, que esto pase, en momentos en que la honorabilidad del Ejército ha sido también cuestionada por los llamados falsos positivos. Todo indica que en los próximos días se formalizará la inocencia del Contralmirante Arango, pero ¿quién resarcirá el terrible daño para él y su familia que significó pasar casi año y medio en la cárcel, además de su buen nombre pisoteado durante todo este tiempo? Y, peor todavía, de probarse la conspiración contra el Contralmirante Arango, ¿quién nos devolverá la confianza en unas instituciones militares cuyos jefes en vez de protegernos se dedican, al parecer, a destruir a sus propios compañeros, mediante la mentira y el engaño? *Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena. alfonsomunera55@hotmail.com

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