Dicen los que estudian el goce caribeño que en sus ingratos orígenes los bailes de esclavos fueron una forma de resistencia. Negros y negras encontraban en ellos no sólo un antídoto contra la tristeza sino una instancia de afirmación de sí mismos. La “exageración” de ciertos movimientos era parte del desafío. Las caderas ondulantes le gritaban al amo: este cuerpo es mío, y aunque lo encadenes y apalees hay fuerzas en él que no controlas. Esas fuerzas venían de un lugar remoto, de culturas cuya relación entre el ser y el ritmo natural seguiría siendo invocada por los tambores durante siglos de opresión, fertilizando los ritmos que hoy mueven estas tierras. A ese lugar se remite la memoria que reviven nuestras fiestas, una memoria conservada y expresada por los cuerpos. Hablar de una memoria del cuerpo implica conceder inteligencia a esa mezcla de huesos, órganos y nervios a la que solemos menospreciar en favor de la mente, la razón y el espíritu. Siglos de prejuicios contra la carne forjaron el olvido de que los cuerpos son la base de nuestra identidad. El cuerpo es quien nos conecta a todo y todos los demás, quien percibe, y es la percepción la que nos permite pensar. Además, en el cuerpo se activan nuestras diferencias. No es lo mismo crecer con órganos femeninos ni con piel blanca que con negra, porque son distintos los significados asociados a esas diferencias en cada cultura, y distinto es su impacto psíquico. En todo caso, de no habernos creído que la razón era la única inteligencia, los caribeños nos sabríamos más sabios. Porque en el Caribe los cuerpos hablan y caribeño que se respete es versado en su lenguaje. Sabe de meneos, miradas y toda una gama de gestos que, en nuestro nutrido vocabulario, connotan desde aprobaciones hasta insultos. El baile es la expresión poética de esa sabiduría, el espacio donde el cuerpo crea sus más ingeniosas frases y giros estéticos. También son sabios y creativos los cuerpos de nuestros deportistas, si bien sus luchas comprueban cómo la falta de apoyo amenaza las inteligencias del cuerpo. También las amenazan los problemas de interpretación de sus lenguajes, como la tendencia a reducir la sensualidad a disponibilidad sexual, que nutre tanto la apropiación como la compra y venta de los “exóticos” cuerpos caribeños. La clave está en integrar la mente con el cuerpo y usar ambas inteligencias para defender la igualdad desde las diferencias que en-carnamos. Para eso hay que empezar por recordar con la mente lo que los cuerpos siguen gritando, traducir a la historia oral y escrita su memoria de exclusiones, opresiones y resistencias. En esa memoria de ciudadanías y heroísmos ejercidos desde la cocina, el dormitorio y la pista, está el antídoto contra el olvido y la jerarquización de nuestra diferencias. Admiro los esfuerzos en nuestra ciudad por incluir, valorar y reactivar esas memorias otras. Nuestro Museo Histórico es pionero. Otro fabuloso escenario de reconciliación de la memoria histórica con las memorias del cuerpo es el de las Fiestas de Independencia. Un bravo a sus organizadores y, en especial, a la iniciativa de incluir en esta última versión otras identidades silenciadas. Bienvenidas sean las comunidades LGBT a la fiesta de nuestra memoria, presente y futuro. * Profesora nadia.celis@gmail.com
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