Columna


La Mojana en caliente

AP

12 de agosto de 2010 12:00 AM

CRISTO GARCÍA TAPIA

12 de agosto de 2010 12:00 AM

La Mojana es un territorio sin límites. Una planicie acuática que va más allá de los mojones que pudieran materialmente circundarla con Bolívar, Antioquia o Córdoba. Es un territorio que genéricamente se conoce como de Sucre, pero en tanto es un espacio desbordado por las inundaciones milenarias, la desesperanza milenaria, el agua milenaria, es por igual de Bolívar, Córdoba, Antioquia y Sucre. Y de Colombia, si es que por fin el Gobierno Nacional, como lo dejó entrever el Presidente Santos en visita de inspección en aquella zona, se decide a concretar lo que hoy es líquido; a darle forma a lo informe; a cimentar de manera formal y real ese asentamiento. En el imaginario colectivo, académico, literario, periodístico, La Mojana funge como una comarca abundante en todo, aunque lo único que se vislumbre en aquellas vastedades sea agua, hierbas y plantas anfibias, y una desazón suprema al verla sucumbir todos los inviernos de todos los años en los hervores de la desesperanza y el aguante secular de sus pobladores esparcidos en las orillas, islotes, árboles y techos de sus precarias moradas. Que la caña de azúcar, que el pescado, que el cacao, que la panela, que el ganado y el arroz, que la zarzaparrilla y el plátano, y cuanto es dable imaginar dan la tierra y el agua, según los anales que recogen esa y otras mitologías, abunda en estado perpetuo en aquel dominio cubierto de agua y de vegetales que, como queda dicho, le falta de todo y tiene de todo. Hasta una marquesa, refundida en los cenagales y pantanos de La Sierpe, cuyas riquezas son tan grandes e incuantificables como las aguas, pastizales anfibios, cielos y cocuyos, que rodean sus dominios. E igual que sus vecinos de Sucre, Guaranda, Majagual, Achí, el san Jorge y el Cauca, llevan siglos de siglos viendo pasar las aguas y parapetándose de su furia o acogiéndose a su mansedumbre y benevolencia. Nadie los mueve de ahí, nadie los convence de mudarse a sitios menos vulnerables, a buscar tierra alta, seguros como han estado siempre de que por allá puede pasar todo pero no pasar nada. Ahí siguen y seguirán por todas las crecientes, barremontes e inundaciones; es su estado natural y no hay fuerza humana ni divina que los haga cambiar de parecer y del estado acuoso en el que han sobrevivido desde el principio de este mundo que pasa por sus narices como si no pasara; que ven como si no vieran. Pero el Gobierno Nacional tiene la obligación de evitar las catástrofes naturales en la zona dragando el río Cauca, limitando la explotación de Mineros de Antioquia, construyendo diques y cumpliendo al pie de la letra con el Conpes Mojana, única posibilidad de que las aguas vuelvan por su cauce y la Mojana deje de ser un espejismo y un territorio de alucinaciones y espantos. Entre tanto, quienes como el Gobernador de Sucre, Jorge Barraza Farak, le apuestan a una solución definitiva para La Mojana, no deben desfallecer en su propósito, máxime si tienen, como él, acogida con el Presidente Santos. Porque lo de la Mojana es en caliente. *Poeta, escritor y periodista cgarciat@sura.com.co

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