Columna


La verdad de un golpe de estado

MAURICIO CABRERA GALVIS

12 de julio de 2009 12:00 AM

MAURICIO CABRERA GALVIS

12 de julio de 2009 12:00 AM

En el imaginario colectivo, al presidente Zelaya, de Honduras, lo tumbaron los militares y la derecha de su país por querer cambiar la Constitución para reelegirse y perpetuarse en el poder, siguiendo la moda de Fujimori, que continúan Chávez y Uribe. Yo mismo lo creí y repetí en mi columna de la semana pasada, pero me equivoqué: otras razones motivaron el golpe. Zelaya quería la consulta popular, y la Corte Suprema se opuso, pero no era un referendo para cambiar la Constitución; ni siquiera para preguntarle a la gente sobre su reelección, sino si querían que en las elecciones generales de noviembre se pusiera una cuarta urna (las otras tres eran para presidente, diputados y alcaldes) para votar si se convocaba una Asamblea Constituyente. En términos colombianos, la cuarta urna era como nuestra famosa séptima papeleta, que abrió el camino a la Constitución del 91, solo que aquí se hizo sin una consulta previa. Es falso que Zelaya buscara la reelección inmediata, pues era imposible. El nuevo presidente de Honduras se debe elegir en noviembre y Zelaya no es candidato. Si su consulta hubiera tenido éxito y en noviembre la ciudadanía hubiera aprobado la convocatoria de la Asamblea Constituyente, esta se hubiera elegido el año entrante y, si fuera rápida, promulgaría la nueva Constitución a principios del 2011, un año después de que Zelaya saliera de la Presidencia. Las verdaderas razones del golpe de estado están en la explosiva situación de desigualdad social de Honduras y en las reformas que empezó Zelaya para cambiarla, que provocaron la ira de la derecha más reaccionaria de Latinoamérica y el temor a perder sus privilegios. Honduras es el país de la región con mayor porcentaje de pobres e indigentes. Según la CEPAL, hace cuatro años el 75% de la población hondureña vivía en la pobreza y el 54% en la indigencia, mientras que el promedio latinoamericano era 40% y 15% respectivamente. Además era el segundo país con la mayor concentración del ingreso en manos de unos pocos, con un índice de Gini de 60,5, tan solo superado por Brasil. Con el gobierno de Zelaya las cosas mejoraron un poco, pues disminuyó la concentración del ingreso, la población en pobreza bajó al 68%, y la indigencia al 45%. Aunque se ha acusado a Zelaya de querer instaurar el socialismo chavista, la otra verdad es que, como dice la revista conservadora The Economist, sus políticas tan solo eran “medianamente socialdemócratas”. Por ejemplo, bajó del 30% al 12% las tasas de interés de los créditos para vivienda, reduciendo el margen de intermediación de la banca, redujo el precio de los combustibles bajando las ganancias de los distribuidores, y subió un 60% el salario mínimo. El temor de la oligarquía hondureña, aliada con los militares y el sector más reaccionario de la Iglesia Católica no era tanto la reelección de Zelaya, sino que de la Asamblea Constituyente saliera una nueva Constitución más socialdemócrata y popular, pues la actual fue promulgada en 1982 cuando Reagan y la derecha norteamericana controlaban Honduras y la utilizaban como la base para el tráfico de drogas con el que financiaron a los “contras” de Nicaragua para tumbar al gobierno sandinista. Para fortuna de la democracia hoy manda Obama y no Bush, y hasta los Estados Unidos han condenado este golpe de estado. macabrera99@hotmail.com

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