Columna


La voluntad de poder y la República

DANILO CONTRERAS GUZMÁN

31 de julio de 2010 12:00 AM

DANILO CONTRERAS GUZMÁN

31 de julio de 2010 12:00 AM

Cierto alemán del siglo 19 resolvió despachar al mundo una agobiante tesis según la cual en el pecho de cada ser anidada una secreta “voluntad de poder” que le impulsa a expandir sus fortalezas y, si ello fuese menester, a someter las voluntades ajenas en pos de la realización de sus deseos. No imaginó nuestro atormentado teutón que una centuria más tarde, en las criollísimas breñas de los andes colombianos, vería la luz una casta de hombres públicos que acreditarían sin equívocos su postulado filosófico. Para estos próceres no fue suficiente modificar la Carta Constitucional para amoldarla a la particular pretensión del círculo que conforman, prolongando su inédito gobierno por dos periodos continuos, pues no parecen perseguir solo el poder, sino el poder absoluto. En su aparatosa empresa, los nuevos cesares criollos no admiten obstáculos y es así como las últimas circunstancias parecen anunciar que son capaces hasta de remover los cimientos de la consternada República que aún nos rige. El nuevo amago lo encontramos, subliminal (o tal vez expreso), en la más reciente alocución del presidente, quien rodeado por todos sus generales la emprendió esta vez contra una menuda y hasta la fecha anodina juez penal que se atrevió a proferir un fallo contra un oficial que al parecer se excedió en los tortuosos caminos recorridos en defensa de la democracia maestro!!. No importó al líder de la nación, que también es jurista, constatar que la decisión no es definitiva y que probablemente el fallo podrá ser revocado por la instancia superior, pues era preciso denostar del poder Judicial del Estado, a través de esta sencilla madre y juez, insistiendo en señalarla a ella y por su intermedio a las Cortes como idiotas útiles e inútiles, tinterillos al servicio de los terroristas. No recuerdo una afrenta, un acto de amedrentamiento mayor a la justicia desde los aciagos hechos del Palacio por los cuales precisamente se ha condenado al Coronel Plazas. Vaya República la que nos va quedando en la que todas las cosas van perdiendo sus verdaderos nombres, así, el derramar lo ajeno se llama liberalidad y el arrojarse insultos y maldades, fortaleza, según lo sentenció aquel Catón que se opusiera, impertérrito, al Cesar romano. Aunque parece breve el número de quienes resisten el torbellino levantado por las hiperbólicas mayorías gobiernistas, tal vez, sólo tal vez, en la abnegada resistencia de esos meros ciudadanos se encuentre la salvación de las instituciones contra el predominio de los prohombres. danilocontreras9@hotmail.com

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