Columna


Laberinto de miradas

ÓSCAR COLLAZOS

20 de marzo de 2010 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

20 de marzo de 2010 12:00 AM

Vivimos hace una década en el siglo de las migraciones. Los pobres buscan meterse de contrabando en el mundo de los ricos. No dejan nada atrás y, por eso mismo, están dispuestos a sacrificarlo todo: hasta la vida. En el mejor de los casos, es posible que la identidad viaje con ellos y se manifieste en territorios periféricos que acabarán siendo visibles. Las ciudades de Europa o Estados Unidos son playas adonde van a reventar las nuevas olas migratorias. Tienen procedencias distintas; viajan incluso desde fronteras vecinas: desde el sur, en América; desde el norte y el centro, en Europa; desde las que fueran antiguas colonias y hoy son geografías humanas sin futuro. Las fronteras desaparecen, pues el inmigrante nunca deja de pensar con el deseo. Se dirige a “la tierra prometida”, aunque encuentre el infierno de la marginalidad. Nada lo detiene: ni las nuevas leyes restrictivas de los gobiernos ni los métodos de expulsión. Si lo segregan, muestra de forma altanera su identidad; si lo aceptan, busca diferenciarse. Cuando las fronteras se refuerzan con métodos policivos, siempre existirá el mercado ilegal de personas: nunca dejan de llegar los cargamentos humanos desde la periferia tercermundista. Legalizados por la fuerza de las circunstancias o ilegalizados cuando trasgreden normas y leyes, los flujos migratorios son ya irreversibles. “Laberinto de miradas”, la magnífica exposición que los cartageneros pueden ver en el Centro de Formación de la Cooperación Española (CFCE), es “un recorrido por la fotografía documental de Iberoamérica”. La esencia de ese recorrido son las migraciones y los cambios culturales, el encuentro conflictivo de costumbres y el paisaje de ciudades que completan su mapa humano con las migraciones. Claudi Carreras, el curador de la muestra itinerante, ha hecho una impresionante selección de fotografías, un repertorio de miradas que no agotan el tema de “identidades y fronteras”. Estas fotografías evitan el miserabilismo del documental de denuncia. Nos introducen en un universo de imágenes inédito, desconocido al menos por los circuitos oficiales del periodismo y el arte. El kitsch de las ceremonias familiares, la osadía estética de las nuevas tribus urbanas, los estilos de vida cotidiana, el disfraz que pretende ocultar las identidades de origen, toda esta iconografía desafía el fasto de la estética dominante y busca su lugar en una fascinante estética de residuos. No se puede ver esta exposición sin el complemento de una reflexión sobre la cultura que están gestando las migraciones de las últimas décadas en las urbes del “primer mundo.” Tarde o temprano, en un mayor o menor grado de tolerancia, los paisajes de la marginalidad serán aceptados en el mapa sugestivo y variopinto de las grandes urbes occidentales. Lo que se ve en esta exposición es apenas una parte significativa del registro que ha venido haciendo la fotografía documental al salir de las páginas del periódico tradicional y tomarse casi por asalto las páginas de Internet. Le falta dar el paso siguiente: ganar un lugar en los espacios públicos de las urbes. *Escritor salypicante@gmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS