Columna


Las barbas

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

12 de junio de 2009 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

12 de junio de 2009 12:00 AM

Las barbas de los antiguos las hemos visto con algo de temor reverencial. Los abuelos nos miran desde otra época, enredados en adornos pilosos que debieron tener acogida en el personal femenino de su época. Todavía no sabemos si la barba confiere respetabilidad y carácter. Tampoco si añade perspectivas estéticas a la figura humana, pero es innegable su vigencia en la historia. Esa íntima conexión entre lo bello y lo feo también ha trajinado al hombre. Hoy día los cirujanos plásticos tienen mayoría del género masculino entre sus pacientes. Antes decían que el hombre “es como el oso, mientras más feo más hermoso”. Ahora se impuso aquello de que mientras más feo, peor para él. En esa conciliación imposible nace una serenidad que suscita una sonrisa burlona. Los ciudadanos de la Roma republicana que sometieron al mundo, se afeitaban. César y Augusto no llevaban barba y sólo a partir de la época romántica de Adriano, fue cuando empezó a ponerse de moda la barba espesa. Hitler y Stalin tenían bigote, Bolívar patillas, Lincoln, Núñez y Mosquera elegantes barbas. La barba ha dado hasta para reflexiones timoratas: como aquella de que cuando afeitan al vecino, hay que poner la barba a remojar. Por lo general, cuando notamos ese proceso en el vecino, ya nos afeitaron. La barba prescinde de un momento importante en la vida de cada quien: el de afeitarse. Esa confrontación consigo mismo, ante el espejo, es una especie de careo con alguien que cada día conocemos menos, pese a los esfuerzos por lograr aquello de “conócete a ti mismo”. Pero como están las cosas, tal vez es mejor no conocerse tanto para no caer en súbita depresión. Afeitarse es un ritual que tiene connotaciones profilácticas. Hacerlo a diario es una obligación, un requisito para el aseo y la higiene. Además tenemos simpatía con Gillette, multinacional que se asocia con momentos gloriosos del deporte. Para enlazar el beisbol con el boxeo, repiten algo de una cabalgata. En cambio Coca Cola se limita a lanzar incitaciones a refrescarse, sin percatarse de que todos los sedentarios del planeta, sus clientes, nos divertimos viendo cómo sudan otros. Así se pondere lo de mente sana en cuerpo ídem. Algún amigo tiene la insolente actitud de incrementar el disgusto de su mujer ante alguna de sus pilatunas. Le pide que le preste su máquina de afeitar, dizque por la cara de hombre con que amanece la ofendida. La vieja barbera inspiraba respeto, mientras las navajas actuales apenas parecen sacapuntas de lápices. Cuánta degradación. Peor les va a algunos cirujanos que no usan bisturí en una técnica difusa llamada laparoscopia. Finalmente, queremos destacar que hay mucha gente que “se deja” la barba. No solo bohemios y poetas, sino artistas, intelectuales, y científicos. Pero lejos de ser un ahorro de tiempo, la barba es un desperdicio del mismo. Al igual que los calvos dedican mucho tiempo al cuidado del cabello. Lo ideal sería ponerse la piel de la calva en la barba y la de ésta en la cabeza. Así, no se requeriría afeitada y se acabaría la calvicie que, como compensación, algunos pretenden atribuirle inteligencia y potencia sexual. Queremos aclarar que todas estas necedades no tienen nada personal contra un anciano dictador del Caribe. augustobeltran@yahoo.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS