Columna


Las complicaciones humanas

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

03 de enero de 2010 12:00 AM

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

03 de enero de 2010 12:00 AM

Si algo está claro es que el ser humano es complicado. Siempre convendrá hacerse preguntas, pero preocupa que no podamos evitar meternos en problemas. Tenemos la obstinación absurda de huir de los sufrimientos inevitables y una absurda manía de multiplicar los sufrimientos innecesarios. Para eludir problemas reales, inventamos problemas ficticios. Ahí ya somos un ciempiés con juanetes. Ese afán permanente de complicarnos es uno de los principales atributos del ser humano, tanto como su vanidad o hipocresía. Creamos verbos irregulares, pleonasmos, aceitunas aliñadas con aceite de oliva, supositorios con sabor a menta, el mechero para encender los fósforos sin rasparlos, las patrias y el patriotismo. Al color rosa lo llamamos color vino rosado. Del verbo influir, mediante sucesivas complicaciones, dedujimos influencia, e influenciar; y ya algunos hablan de influenciación. A lo anterior hay que añadirle otras mil maneras de ponerle cemento al cementerio, como son las excepciones a las reglas de ortografía, la instancia solicitando un impreso para hacer una instancia, buscarle tres pies al gato, levantar el meñique cuando se toma el tinto en pocillo o esas otras formas lamentables de exceso que convierten lo grande en grandioso, lo precioso en preciosista. Combatimos con pastillas sedantes el efecto de las pastillas estimulantes y viceversa. Llevamos muchos años sin solución para la marea que se crece y del modo como se inundan, en una época del año, las calles del Corralito. Algunos creen en alfombrar la ciudad para no mojarse, yo insisto en “mochos” y botas de caucho. Contra todas las leyes de la naturaleza, siempre simples y correlativas, nosotros establecimos la costumbre nefasta y antieconómica de que A se enamora de B, mientras B, en lugar de enamorarse de A, se enamora de C. Ahora para navidad y fin de año, vi muchos centros comerciales y me pareció que nuestra colosal sociedad de consumo es una tremenda complicación. El hombre necesita de muy poco y esto lo necesita poco. Pero nosotros necesitamos diez camisas manga larga y cinco chaquetas para los grados. Cada chaqueta necesita de su solapa y cada solapa necesita de un ojal y con el ojal de la solapa pasa lo mismo que con el ojal de la bocamanga. No sirven para un carajo. Somos una jirafa y no porque tengamos ideas elevadas, sino porque en vez de comer lo que está a nuestro alcance, nos esforzamos por estirar el cuello para comer las hojas más altas. No contentos con ello, nos ponemos encima de la cabeza un sombrero y encima del sombrero una pluma. Allí tiene razón Freud: “En la esencia de la comicidad hallamos siempre un exceso de gasto inútil.” Al iniciar un año viene bien no hacer el ridículo, y se hace cuando el enanito se agacha para entrar por la puerta de la catedral. Recuerdo la anécdota de un católico fervoroso, quien bajando de Turbaco a las seis de la tarde, notó que las luces del carro no prendían. Pidió con fe la ayuda de Dios; pero en vez de pedirle que le ayudara a arreglar el daño, le pidió que detuviera el sol hasta que llegara a Manga. Esta gente tan complicada pone en peligro no solo la armonía del universo, sino también la promesa divina de atender las oraciones hechas con fe. Porque fe no les falta. *Sacerdote y sociólogo, director del Programa de Desarrollo y Paz de los Montes de María. ramaca41@hotmail.com

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