Columna


Las dos Colombias

RUDOLF HOMMES

21 de marzo de 2010 12:00 AM

RUDOLF HOMMES

21 de marzo de 2010 12:00 AM

Entre los analistas políticos, la semana pasada hizo carrera una versión actualizada de la idea de las dos Colombias: un país político que elige al Congreso, que compra y vende votos, hace trampas, se alía con paramilitares y mafiosos, hace llegar al parlamento a clientelistas profesionales; y un país “nacional”, que tiene otros estándares morales, y que elige a los presidentes. Esa caracterización se usa para predecir, por ejemplo: que Sergio Fajardo continuará vigente para las elecciones presidenciales, a pesar de no tener un solo congresista o un partido que lo siga y lo respalde; o que él o Antanas Mockus llegarán a la segunda vuelta, con un buen chance de ganar porque la otra Colombia lo hará posible. Es improbable que ocurra, pero si ese es el resultado, el Presidente elegido enfrentará una disyuntiva difícil. Llegaría a la Presidencia sin partido ni congresistas y tendría que aliarse con uno o varios de los partidos representados en el Congreso, elegidos por el país político, o haría lo que hizo Uribe al llegar por primera vez a la Presidencia. Quiso disolver el Congreso para elegir otro que lo siguiera. Como no le resultó, se organizó con los más clientelistas. Fundó un partido con desertores de otros partidos, en su mayoría liberales, no pocos de ellos cercanos a paramilitares, atraídos por el botín que esperaban extraerle al ejecutivo. Seguramente a Fajardo o a Mockus les repugnaría esta opción y buscarían lazos menos mercenarios con los partidos tradicionales o del Polo, o se arriesgarían a tratar de gobernar sin Congreso, como hizo Mockus en Bogotá cuando el Concejo trató de doblegarlo para que mantuviera las prácticas clientelistas acostumbradas. Quizás la única fórmula que domaría al clientelismo y frenaría la “politiquería y a la corrupción” es un presidente dispuesto a arriesgarse a que el Congreso no le apruebe una sola ley durante un período legislativo. Esto podría ser muy saludable para el país, porque tiene un exceso de leyes, la mayoría inútiles o inaplicables, que contribuyen a la inseguridad jurídica por falta de claridad. Pero lo más probable es que si un presidente se atreve a conformarse con la legislación será muy criticado, y tanto los políticos como los medios le van a enrostrar su pasividad o falta supuesta de dinamismo. Tendría que llegar armado de decretos basados en leyes ya existentes para armar rápidamente un programa de gobierno que dependa sólo del ejecutivo. Esto posiblemente no sucederá. Lo más probable es que el país político y el país nacional se junten para continuar haciendo política como hasta ahora, con un costo alto para la economía y la democracia, y sacrificando la opción de reformar el sistema político y progresar hacia formas más modernas de gobernar, sin depender de caciques, ricos de provincia, paramilitares y mafiosos. La idea de las dos Colombias parece ser una entelequia, una fórmula hipócrita que sirve para mantener el interés de una clase media urbana relativamente bien educada que promueve el reformismo y quiere creer que los presidentes que elige pertenecen a una Colombia que no existe, y que terminan convertidos en rehenes del país político. Es una excusa bonita esta de las dos Colombias, pero no conduce a alguna parte y tiene al país anclado en la prehistoria. rhommesr@hotmail.com

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