Columna


Las enseñanzas de Saramago

EDMUNDO LÓPEZ GÓMEZ

20 de julio de 2010 12:00 AM

EDMUNDO LÓPEZ GÓMEZ

20 de julio de 2010 12:00 AM

Hace un mes murió José Saramago, Premio Nobel de Literatura. Él mismo se definió como un “comunista hormonal”, sólo para significar que su pensamiento político había nacido con él pero sin que hubiera asumido posturas irracionales como de la justificar la combinación de todas las formas de lucha, adoptada por extremistas de su credo. Contrariamente, la enseñanza ética de Saramago fue la del respeto por el otro, de contenido humanista profundo. En sus conversaciones de hace una década con el periodista Jorge Halperín, en su casa del “Callejón del Viento” de la isla de Lanzarote y donde vivió con su esposa Pilar hasta el final de sus días, hizo trascender esa convicción. “Sí. Tú tienes que respetar al otro. Sencillamente, respetar al otro. La Iglesia Cristiana ya lleva dos mil años diciendo que debíamos amarnos los unos a los otros, y no ha servido para nada, porque no podemos amarnos los unos a los otros. Si en lugar de decir esto, dijéramos –y lo cumpliéramos-, “Respetémonos”, hubiera mucho más y sería más útil que el amor…; y si además del respeto existe un compromiso con el otro, ¿no cree que las cosas cambiarían?” Respeto, compromiso con el otro, es, ciertamente, una consigna perenne de paz social y, la respuesta adecuada, según Saramago, de los estadistas o grandes promotores del mundo globalizado a las crecientes desigualdades que asfixian a los pobres. Sería, -podríamos agregar- una postura formal y moral para vivir en la sociedad global, dentro de esa visión ética de la realidad que nos circunda y, en la cual prevalece el poder económico sobre otros valores. Y como poder excluyente. “La razón que me importa más -dijo- es la que tiene que ver con mi par, la relación que yo tengo con el oro. Yo creo que todas las filosofías del mundo, las buenas, se pueden condensar en algo que es de la sabiduría popular, cuando dice: “no hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti. “¡Ahí se confía en el otro!”, concluyó Saramago. De ese planteamiento deviene otro no menos importante, sobre los deberes del ciudadano y su responsabilidad. También le confió a Halperín, este otro mensaje ético y político: “Ser ciudadano en plenitud, o lo mejor que se puede, es hacerse cargo de su propia responsabilidad, de sus deberes y sus derechos…;” Y sobre la educación, opinó: “Más que formar abogados, o ingenieros o financistas, o economistas o publicistas, o todo eso, la gran tarea debería ser formar personas”. “Formar personas” ha sido un objetivo para Saramago hasta ahora inalcanzado, debido a las falencias de los sistemas de enseñanza. Hay que releerlo, para ahondar en su pensamiento. Aceptemos, por ahora, su invitación, y como homenaje a su memoria, de discutir la democracia, de la cual solo quedarán escombros si no se controlan los desmanes del poder económico, como lo planteara en su paso por Bogotá, en hermoso diálogo con Jorge Orlando Melo, director de la Biblioteca Luis Ángel Arango. *Ex congresista, ex ministro, ex embajador. edmundolopezg@hotmail.com

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