Columna


Levitación de la ballena

ROBERTO BURGOS CANTOR

21 de agosto de 2010 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

21 de agosto de 2010 12:00 AM

Es posible que Rómulo Bustos Aguirre no haya actuado con deliberación al anudar un vínculo entre la fina dedicatoria de su reciente y premiado libro, y el epígrafe que lo inicia, de su autoría también. El libro Muerte y levitación de la ballena, recibió el premio Blas de Otero de la universidad Complutense de Madrid. Bustos me escribió: “(...) estos amagos de la belleza (...)”. En el epígrafe dijo: “de lo que hay que callar hay que balbucir claramente”. Quienes somos lectores de Bustos Aguirre por sugerencia ajena hemos gozado de las transformaciones de su poesía, de los riesgos de su aventura poética de las cuales quedan trazos discretos aún no agotados en su pintura. Ya habrá quién se ocupe de estos pasajes, a lo mejor horizontes incomunicados entre la palabra y la imagen. Mencioné la sugerencia de otro porque en las lecturas, esa circunstancia de no ser uno quien primero leyó y anunció las potencialidades de un autor, libera de la vanidad de descubridor, de operador de faro marítimo que descubre en la borrasca a una sirena, o de faro de aeródromo que sorprende a un ángel en la tormenta. Esos hallazgos sólo pertenecen a quien se atreve a recomendar un libro y lo acompaña en sus sueños y en sus estériles vigilias. Quien me habló de un libro de Rómulo, el primero, fue el ensayista y poeta David Jiménez. El rigor severo que lo enfrenta a debatir con su propio y fundado escepticismo hace de Jiménez Panesso un escritor excepcional. Ese guiño generoso de lector y amigo me llevo a la poesía de Bustos Aguirre. Sentí la sutil vergüenza de cuando Santiago Mutis me tradujo las canciones de Alejo Durán. ¿Cómo sucedía que yo desconociera los milagros de una tierra cuya querencia sostenía mi vida? Los que guardan en los destellos de la memoria un combate de boxeo entienden la virtud de la palabra “amago”. Si bien su acepción originaria se refiere a desamparar, su sonoridad de mago tiene fundamento. El mago quizá construye apariencias que se imponen como realidades. O al revés. El golpe que el boxeador anuncia y no lanza ya ha golpeado. Así la belleza. No requiere tocar, esa vulgar prueba de Santo Tomás, basta con que se anuncie y ya existe. Entonces pensé en la idea del poeta Bustos: un balbuceo claro. Creí entender que allí se escondía un secreto de su poética. No fingir, romper el callarse conduce al inicio de otro lenguaje. Por eso a veces basta con amagar y otras con balbucear. Lo que se muestra es el sendero del intento y allí está ya una realización. Amaga. Balbucea. Todo empieza. Así me adentré a su espléndido libro pleno de “claridades” que transgredían las severas reglas de guardar los secretos del oficio. Tal vez la alquimia del poeta no sea un oficio, como tampoco es una escritura. El poema con el cual empieza es un manifiesto. Se hace poesía para conocerte mejor. Y allí el fracaso del lobo. Cuando come mejor ya no come. Este libro de Bustos Aguirre se distancia de la naturaleza que los poetas celebraron por su exotismo. Abandona la lírica amorosa tradicional. Y busca su impulso en los dogmas de la ciencia de hoy, aún la aplicada por el humilde tendero que sabe espantar las moscas, construye teoremas del absurdo y se ríe. La risa que no siempre es el humor. La incomprendida risa. ¡Qué poeta, ahí, en el Portal de los Dulces! *Escritor rburgosc@postofficecowboys.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS