Columna


Los Corazones

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

13 de junio de 2010 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

13 de junio de 2010 12:00 AM

Esta semana celebramos las fiestas de los Corazones de Jesús y de María. El infinito amor de Dios expresado en estos Sagrados Corazones que se entregaron por entero a la humanidad, para reconciliarnos con Dios y entre nosotros y que nos invitan a unirnos a ellos para construir la civilización del amor en la que impere la comprensión, la solidaridad, la comunicación, la mejora continua, la justicia, el respeto, la paz y la unidad. El Corazón en las Sagradas Escrituras tiene un papel muy importante. Es el centro del afecto y de las decisiones. Es el punto de encuentro entre la afectividad, la voluntad y la inteligencia. Es lo que permite amar, pero no solo con un amor sentimental, sino con capacidad de vaciarse de sí mismo para llenarse de Dios y entregarse por el bien de los demás. Jesús nos recuerda que el principal mandamiento es: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y el segundo es: Ama a tu prójimo como a ti mismo”*. Él los cumplió a plenitud, entregando su corazón humano y divino en la cruz y que sigue distribuyendo en la Eucaristía, para nutrirnos con “el pan de vida”, en medio de nuestras realidades. El pecado endurece el corazón porque nos aleja de Dios. Pero Dios nos hace una promesa: “Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”*. Si cada día nos consagramos a los Corazones de Jesús y de María, perteneceremos a la escuela del amor de Dios y viviremos la promesa de transformación de nuestro corazón, para que podamos contrarrestar y superar la cultura del egoísmo, de la discordia, de la muerte y de todos los males, que hemos permitido en nuestra sociedad, y regresemos a Dios, como centro de nuestros afectos y decisiones. Lo que más gozo le produce a un cristiano es tener un corazón ardiente y apasionado por hacer la voluntad de Dios, que es el bien. Esa persona se encuentra con Jesucristo resucitado, en su Palabra, en la Oración, en la Confesión, en la Eucaristía y en cada situación del día a día, sintiendo su corazón arder al descubrir su presencia. Al experimentar ese amor se llena de fortaleza y perseverancia para procurar vivir de acuerdo a las leyes de Dios, en pensamientos, palabras y obras y trabajar por el bien de los demás y de la sociedad, aunque le signifique sacrificios o renuncias, porque es mucho más grande el gozo y la esperanza. Si encendemos la llama del amor a Dios, buscaremos con mayor ahínco la santidad personal; la familia fortalecerá sus vínculos y cumplirá su misión de comunidad educadora en la fe, la vida, la dignidad, las virtudes humanas y el amor; el trabajo será más valorado como medio de desarrollo de los talentos para conquistar unas condiciones dignas para todos; la humanidad tendrá una verdadera transformación y construiremos la civilización del amor en la que reinen los Corazones de Jesús y de María. Se necesita un “Fiat”, como el de María, aceptando la voluntad de Dios, para que su amor haga morada en nosotros y, en medio de las situaciones de la vida, digamos con fe: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío, Inmaculado y dulce Corazón de María, asistidme hoy y en mi última agonía”. Mc 12, 30-31; Ez 36,26 *Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial. judithdepaniza@yahoo.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS