Sin meternos en esos enredos de la autoestima, por lo general creemos ser mejores que la imagen que proyectamos. Cuando vemos una fotografía donde aparecemos, reaccionamos para ver cómo “salimos” y no quedamos conformes. Es instintivo, aun para quienes creemos estar vacunados contra la vanidad. Después de la necedad obsesiva de Narciso, al mirarse en las aguas de un charco, ha habido una inclinación a “verse”. Ahora los espejos propician la dictadura de las imágenes. La publicidad electoral mostró candidatos con la ayuda embellecedora del Photoshop. A algunos casi no se les reconocía. Quizás eso explica algún resultado exitoso. No se dieron cuenta por quién estaban votando. En la literatura se les concedía a los espejos otra dimensión especial. La pretensión de ser símbolo de un mundo mágico. La perplejidad del hombre frente al espejo. Ese preguntarse si es una réplica del mundo o si es otro independiente, aislado y misterioso. Los abuelos decían que el hombre es como el oso, mientras más feo más hermoso. Aunque ahora visitan al cirujano plástico, y los hipnotiza cualquier espejo con esa mariconada del ángulo más favorable. Este mundo tan enredado y profuso, queda atrapado en un laberinto que lo duplica y lo multiplica sin pausa. Según las señoras, algunos espejos favorecen. Hay otros que tienen una franqueza torpe: delatan todos los defectos. La arquitectura y la decoración les confieren suma importancia a los espejos. Son poderosa herramienta para ampliar las áreas. De tal suerte que da a los salones una impresión de holgura. Una de las vainas más cómicas es observar cómo se comportan las personas ante un espejo. Las muecas se multiplican, las miradas de reojo que buscan una aprobación. Hasta quienes evitamos la confrontación del espejo en una afeitada, incurrimos en esa tontería del monólogo cuando no nos podemos evadir de su influencia. Claro que esos espejos hostiles están hechos para recordarnos que también nosotros somos frágiles y fugaces. Que vamos deteriorándonos como sus imágenes. Que somos tan ilusos y feos como los rostros que devuelven los espejos. El espejo ayuda a los boxeadores para perfeccionar una finta. En el pugilismo, al entrenar se magnifican sombras y espejos. En eso se parece a la vida con sus luces magulladas y sus reflejos absurdos. Esa comedia de verse desde afuera. Hay espejos que censuran, que maltratan, que recuerdan los destrozos que nos ha causado vivir. El espejo conspira con la vanidad, pero también ha dado origen a reflexiones y metáforas. El teatro y la novela son espejos de la vida. También nos asomamos a la cursilería cuando decimos que los ojos son el espejo del alma. Pero en esta multiplicación del universo crece el problema. En esa pluralidad de las imágenes y reflejos nos preguntamos por el yo, por nuestra identidad, por lo que permanece en medio de todo lo que fluye. La obsesión de la unidad enfrentada al infinito. Cuando los gobernantes critican a sus antecesores mencionan un espejo retrovisor. Todos sabemos que ese artefacto poco lo usamos en los carros. Por acá cuando se va a retroceder, incurrimos en contorsiones para voltear a ver que la vía esté expedita. Los espejos, como las mujeres malucas, es mejor ni verlos, decía el viejo mundólogo. *Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario. augustobeltran@yahoo.com
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