Columna


Los rostros de El Salado

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

17 de septiembre de 2009 12:00 AM

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

17 de septiembre de 2009 12:00 AM

En febrero de 2000, los paramilitares llegaron a El Salado y ejecutaron a 60 personas. El Salado, para ese entonces, era una población de cuatro mil habitantes que se alzaba impetuosa a 18 kilómetros de El Carmen de Bolívar. Los hombres armados se quedaron 4 días ejecutando saladeros y matando del pánico al resto. El pasado domingo, la CNRR entregó el informe El Salado: Esa guerra no era nuestra y para ello se convocó a toda la comunidad, a aquellos que han regresado – que son la minoría- y aquellos que aún se encuentran desplazados, condenados al desarraigo, con la nostalgia de haberlo dejado todo. El primer retorno de desplazados, después de la masacre del 2000, ocurrió 2 años después de la tragedia y cuentan que cuando volvieron se encontraron un pueblo tragado por la maleza. Poco a poco regresaron algunos, pero en el acto de entrega del informe de la CNRR, llegaban a El Salado muchos que no habían vuelto desde entonces. Llegaron de El Carmen, Sincelejo, Barranquilla y Cartagena, y a la entrada del pueblo la gente se reconocía a pesar del paso de los años y se abrazaban porque nunca se habían vuelto a ver. Quise reclamarle a toda la gente de la CNRR y su equipo de Memoria histórica, cuando en la bodega de tabaco en la que se celebraría el acto, encontré a un hombre con una niña en los brazos señalando una fotografía de las otras tantas que colgaban de los muros y diciendo “Mira, esta es tu abuelita”. El hombre tenía los ojos llenos de lágrimas y yo sentí rabia porque supe que en los muros colgaban fotografías de las víctimas que habían muerto en la masacre. Me pregunté quién sería el infeliz al que se le había ocurrido hacerme semejante trampa, pues me encontraba allí frente a un hombre con su niña en los brazos y quería abrazarlo y llorar con él, y me dolió una gente que nunca había visto. En Colombia aprendimos a sentir la magnitud de las masacres de acuerdo al número de muertos, pero jamás pensamos en sus rostros. Chengue, Mampuján, El Salado y Macayepo, por ejemplo, pasaron a ser cifras y datos en gélidos informes. Números, sólo números parecen importantes…; y ni siquiera los números se ponen de acuerdo. Cuando uno ve un rostro, un solo rostro víctima de la masacre de El Salado en la fotografía de su grado, con el gran diploma extendido, otro rostro en una fiesta infantil, rodeada de otros niños pequeños, tan pequeños como ella a la hora de su muerte, otro jugando en la gallera, un rostro con su hija cargada, quizá orgulloso de tenerla, un rostro en un matrimonio, otro con uniforme del colegio, fotografías del álbum familiar, que nos hacen saber que un muerto, no cien, un solo muerto es demasiado. Camino a El Salado conocí a Candelario, tenía 5 años que no iba a su tierra. Me contó que en los días de la masacre le tocó esconderse en el monte. Su hijo pequeño tenía apenas 25 días de nacido. Después dijo, “una cosa es contarlo, otra cosa es vivirlo, eso nadie se lo imagina” Fue una cacería de seres humanos, se fueron aproximando poco a poco hasta rodear el pueblo. Los saladeros estaban desarmados y siguen esperando justicia y reparación, desarmados. Habría que ver las caras de tristeza al encontrarse con los rostros de sus muertos y las caras de felicidad al reencontrarse entre los vivos, otra vez allí, en El Salado. *Psicóloga claudiaayola@hotmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS