Columna


María, excelencia y plenitud

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

16 de mayo de 2010 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

16 de mayo de 2010 12:00 AM

Honremos a María como modelo de excelencia y plenitud humana. Su papel en la historia de la humanidad ha sido destacado por ser la madre de Jesús y madre de los creyentes. Ella es la perfecta discípula, quien con su actuar nos enseña a seguir a Jesús. Vive la inmensa alegría de saberse escogida por Dios para darle morada al Mesías y lo acepta con gusto: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”*. Forma una familia con José, un hombre justo, quien también es obediente a Dios. Medita profundamente en su corazón todos los acontecimientos de la vida de Jesús. Es mujer de oración y acción, entregada totalmente al servicio de Dios y de los hombres. Con prontitud se puso en camino para servir a su pariente Isabel, a quien, el hijo que esperaba saltó de gozo, con sólo escuchar su saludo y llena del Espíritu Santo le manifestó la alegría de que la visitara la Madre de su Señor y le dijo: “Dichosa tú que has creído que se cumplirán las promesas de Dios”. Ella responde dándole gloria a Dios: “Mi alma alaba la grandeza del Señor, mi espíritu se regocija en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones*…;.” Vive las alegrías y dificultades de la familia de Nazaret. Cuando empieza la vida pública de Jesús, dice en una boda en Caná de Galilea, las palabras que resumen su papel de misionera: “Hagan todo lo que Él les diga”*. Jesús, al referirse a ella e invitando a imitarla, dice: “Dichosos quienes escuchan lo que Dios dice y le obedecen*”. Ella también vive el dolor de la muerte de Jesucristo en la cruz, cumpliéndose la profecía de Simeón de que una espada atravesará su corazón. En ese momento cumbre, de la donación de amor de Dios por la humanidad, Jesús la entrega a nosotros a través de su discípulo amado, Juan, quien ese mismo día se la llevó a su casa. Después pudo experimentar la gloria de la resurrección de Jesús, su ascensión al cielo y el surgimiento de la Iglesia junto a los discípulos, con la fuerza y el poder del Espíritu Santo. Cuando rezamos el Santo Rosario, hacemos oración de contemplación y acompañamos a María por todos los misterios de la vida y obra de Jesucristo, participando activamente de éstos e interiorizando sus enseñanzas para que sean aplicadas en nuestra vida cotidiana, en todos los ámbitos. La vida humana, si está fundamentada en Jesucristo, participa del gozo, la gloria, el dolor y la luminosidad de todos sus misterios, para que se pueda configurar en cada creyente un corazón semejante al de Jesús, capaz de amar como Él, de perdonar, de iluminar, de servir, de condolerse ante las necesidades de los demás, y así poder construir un mundo más feliz, justo y en paz. Trabajemos en la búsqueda de la excelencia y la plenitud, de la mano de María, siguiendo a Jesús, con unidad de vida, en medio de las realidades personales, familiares y sociales. Recordar y obedecer los mensajes de la Santísima Virgen en Fátima: “Rezar el Rosario. Hacer oración y sacrificios por amor a Jesús y por la conversión de los pecadores y no ofender más a Dios, que ya está muy ofendido”. Nos anima la esperanza: “Al final su corazón inmaculado triunfará”. *Lc 1, 38, 42, 46-55; Lc 11, 28; Jn19,23 *Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial. judithdepaniza@yahoo.com

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