Columna


Más y más violencia en Cartagena

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

18 de noviembre de 2009 12:00 AM

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

18 de noviembre de 2009 12:00 AM

Hace ya algunos meses escribí una serie de artículos sobre la violencia creciente en los barrios populares de Cartagena. En aquel entonces predije que tal como iban las cosas, parecía inevitable que los asesinatos a plena luz del día, además de otros actos violentos, terminarían siendo asunto cotidiano. Y dije también que esa violencia sin control era el peor, pero al mismo tiempo el más claro, de los síntomas de cuan radicalmente se había transformado Cartagena en el término de las últimas dos décadas. Que esos crímenes diarios reflejaban cambios tan sustanciales como el crecimiento desbordado de la miseria, dispersa ahora en decenas de barriadas pobres, alejados del espacio amable del centro de la ciudad, y de sus barrios tradicionales. Obligados sus moradores a sobrevivir en condiciones terribles y sin conexión alguna ya con una historia, unas tradiciones y un sentido de pertenencia. Al mismo tiempo, la ciudad cambiaba en otro sentido: se volvía más dura, en la medida en que la concentración de la riqueza en edificios y mansiones de gran sofisticación y lujo recreaba unas relaciones sociales terriblemente inequitativas. La vieja Cartagena, aquella de la que nos enorgullecíamos los cartageneros al proclamar su seguridad, no existe más. Lo predecible parece haberse cumplido. En la prensa del domingo, en medio de reinas semidesnudas y fotos festivas del jet set, había una noticia, por cierto muy poco destacada: “un muerto por día en Cartagena”. En los primeros 13 días de noviembre se habían producido 13 asesinatos. El ejercicio de la represión y de la autoridad es sin duda de enorme importancia, pero es claro que lo que está pasando no es simplemente un caso que compete a la Policía. Más allá de lo que nuestros oficiales puedan hacer, mientras la miseria siga creciendo en contraste con la excesiva concentración de la riqueza, en un espectáculo bastante inmoral, y mientras la primera venga acompañada de otros fenómenos traumáticos ligados a la violencia general que afecta al país, -droga, desplazamiento forzado, problemas de identidad y ausencia de programas serios para la recuperación de la gente más humilde-, más allá de la represión, la violencia seguirá creciendo entre nosotros. ***** Punto Aparte. Sé que el doctor Joaquín Franco Burgos no es historiador, y por lo tanto no puedo pretender que él esté informado acerca de las nuevas investigaciones que se realizan en América Latina sobre la participación de los sectores populares en la formación de la nación. Pero, al menos, esperaría que el señor Franco Burgos leyera con cuidado mis columnas antes de criticarlas. En primer lugar, en mi columna sobre el 11 de noviembre de 1811 en ninguna parte mencioné a los esclavos. Me referí a los artesanos negros y mulatos libres, que es cosa completamente distinta. En segundo lugar, nunca dije que los negros y mulatos escribieron o forzaron a que se escribiera la Declaración de Independencia. Lo que afirmé es que el 11 de noviembre de 1811 ellos obligaron por la fuerza a los criollos a que firmaran dicho documento. Hecho este, que, por lo demás, está en los documentos de la época, que han sido usados incluso por Eduardo Lemaitre, claro que con una interpretación diferente a la mía. *Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena. alfonsomunera55@hotmail.com

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