Columna


Narco obsesión

VANESSA ROSALES ALTAMAR

13 de febrero de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

13 de febrero de 2010 12:00 AM

Esta semana, el canal RCN lanzó su último hit, una nueva versión de Rosario Tijeras, basada en la novela célebre de Jorge Franco. La trama: una joven salvaje que proviene de las comunas de Medellín, y que desde épocas colegiales conoce el peligro. El lema: matar es más fácil que amar. O algo así. El caso es que con este nuevo programa, el canal remata el compendio con el que se ha encargado de fijar una tendencia en los últimos años: narco televisión, o por qué no decirlo, narco obsesión. La idolatría hacia este género se ha extendido a lo largo y ancho de la década pasada. Ejemplos que refrescan la memoria: “El Capo”, “La viuda de la mafia”, “Las muñecas de la mafia”, “El cartel de los sapos”, “Sin tetas no hay paraíso” y luego, “Sin senos no hay paraíso.” Al principio, cuando el fervor se inició, los creativos detrás de las obras exponían un pretexto que sonaba adecuado: contar estas historias a través de los medios de comunicación era un acto de sinceridad colectiva, la oportunidad para ahondar en una realidad cuyos estragos nos han cazado con fuerza. Durante demasiados años la palabra Colombia fue sinónimo de cocaína. Charlie García, el músico argentino, llegó hace unos años y en plena rueda de prensa osó saludarnos de esa manera: “Hola Cocacolombia”, dijo. David Letterman, en su programa nocturno, hizo un chiste sobre la capacidad de la señorita Colombia para consumir la droga. El episodio terminó con la reina de turno asistiendo al estudio desmintiendo el mito discriminatorio. Y qué decir de la leve vergüenza que muchos colombianos sintieron, durante años, en el exterior. Hoy muchas cosas parecen haber cambiado en ese sentido. The New York Times dijo en enero pasado que Colombia era uno de los 31 lugares obligados para visitar en el 2010. Lauren Santodomingo, neoyorquina, editora de moda en Vogue sacó a Cartagena en el blog que mantiene en la misma revista, como el lugar ideal para pasar el 31 de diciembre; a Bogotá se la señala como gran destino internacional. Colombia, en los ojos de los otros, parece tener una nueva fisonomía, más envalentonada y refrescante, más segura y dinámica. Entonces ¿por qué los medios nacionales insisten en reforzar esta idolatría absurda por el narcotráfico? Los colombianos no sólo hemos sido víctimas de prejuicios, sino que nuestro entorno estético ha visto los efectos de este fenómeno. El ideal de belleza fabricado por los “capos”, cuyo tamiz obligatorio es el bisturí, se ancló con fuerza entre nosotros. Podemos hablar de una obsesión global por la eterna juventud, sí, pero siendo francos, sabemos que la hinchazón en los senos, el imperio de la silicona, y los demás procedimientos se deben en gran parte a los narcotraficantes. Ellos idearon ese prototipo. No en vano triunfó tanto “Sin tetas no hay paraíso”. La gran paradoja está entonces en cómo un país que lleva años librando una guerra dura contra el narcotráfico, insista en adorarlo a través de formas tan explícitas. ¿Por qué emociona ver la travesía de una niña por conseguir un dúo de bolsas sintéticas? ¿Por qué nos mantiene en sintonía el hablado de los maleantes, las traiciones, las matanzas? ¿En qué consiste este morbo hacia una manifestación de horror y violencia? Difiero con el señor Jorge Franco cuando dice que la mejor forma de contar la historia del país es a través de este filtro. Su novelita exitosa tenía sentido en su momento de producción. Hoy es inercia sin sentido. *Historiadora, periodista y escritora rosalesaltamar@gmail.com

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