Columna


Ni OEA ni Unasur; Cano

MIGUEL YANCES PEÑA

02 de agosto de 2010 12:00 AM

MIGUEL YANCES PEÑA

02 de agosto de 2010 12:00 AM

Se agotaron las dos instancias continentales y no se logró avanzar en los asuntos con Venezuela. Era de esperarse: imposible imaginar a Chávez dirigido -con información, seguimiento y verificación- desde Colombia. Sin embargo, como mencionamos en la columna anterior, si con su negativa de verificación de las denuncias presentadas por Colombia, Chávez dejó perder la oportunidad de demostrar ante el mundo que el gobierno colombiano hace acusaciones falsas, es porque está mal de neuronas, o sabe que no son falsas. Más aún, la propuesta de ignorar los campamentos y buscar la paz mediante el dialogo político con las FARC coincide con el video de Alfonso Cano, difundido a través de la Web, en el que su condición sine qua non es implantar un régimen socialista en Colombia, al que erróneamente llama democrático, siendo que en la propia literatura marxista –y en la práctica- se conoce como la dictadura del proletariado, o la dictadura del partido. Presupone Cano que es el único régimen político y económico capaz de lograr la igualdad entre todos los colombianos, ignorando las enseñanzas de la historia a través de países que lo abandonaron, o que giran lentamente hacia la economía de mercado y la globalización tras los resultados catastróficos en la construcción del “nuevo ser” que predica; en la cacareada igualdad, imposible de lograr si la misma naturaleza nos hace diferentes, y en la capacidad del Estado para planear y conducir la economía bajo un régimen que elimina el premio al esfuerzo y destruye la iniciativa individual. Imposible que los colombianos aceptemos una paz bajo esa condiciones. Roberto Ampure, un estudiante universitario chileno de la época del golpe militar que derrocó el gobierno socialista de Allende, idealista y revolucionario como fuimos (y son) en esa edad todos los que hemos estudiado (estudian) en universidades públicas, narró en una novela histórica sus vivencias como estudiante de marxismo-leninismo en el socialismo de la República Democrática Alemana (RDA), aburguesado primero (casado con la hija de Cienfuegos, el responsable de la muerte de tantos cubanos en el paredón) y proletario después en la isla de Cuba. Esta historia amena y bien contada viene como anillo al dedo para entender cómo vive la clase dirigente: sus intrigas, luchas y maquinaciones fuera de toda ética, por ascender en la jerarquía burocrática; y las condiciones materiales del pueblo raso en el socialismo cubano. Y sirve para aterrizar la utopía pueril del jefe guerrillero. En una cosa podemos estar de acuerdo, y es en el fin último del Estado: prosperar económicamente, dar bienestar a sus ciudadanos y lograr la igualdad de oportunidades para reducir las desigualdades, porque acabarlas sin atentar contra nuestra naturaleza es ¡imposible! A ese fin, nunca alcanzable a plenitud, se aproxima más pronto a través del capitalismo y la economía de mercado, que a través del socialismo. Ante la falta de crecimiento económico, por la ausencia de estímulos, el socialismo iguala a todos por un rasero muy bajo, mientras mantiene los privilegios que denunciaba de los antiguos empresarios capitalistas, en los dirigentes políticos del régimen. Como predica J. M. Santos: mercado hasta donde sea posible, Estado hasta donde sea necesario. *Ing. Electrónico, MBA, pensionado Electricaribe myances@msn.com

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