Columna


No pude

JAIME ANGULO BOSSA

22 de agosto de 2009 12:00 AM

JAIME ANGULO BOSSA

22 de agosto de 2009 12:00 AM

Quise ser poeta y no pude. Nunca logré escribir entera la palabra belleza ni presentirla al oír sus dos primeras sílabas. Eludiéndome, el viento inspirado se llevaba el papel donde pretendía sembrarla y era imposible esculpirla en las paredes de la nada. Tampoco logré sustituirla con su par la “estética”, porque la tinta al pensarla se secaba. Yo era entonces un prisionero de lo romo y lo basto, de la piedra insensible sin inspiración que la poseyera y de la tierra seca, sin agua que le cayera. Mantenía cerradas las puertas por donde podía entrar alguna musa y deliberadamente ahuyentaba de mis oídos el ruido del aguacero que reverdeciera mis trochas de los pasos que la quemaban. Quise ser poeta y los versos que soñaba burdos se me escapaban por entre el pensamiento iluso de su querencia. Espantado me convencí de que yo era desierto queriendo ser montaña fresca y desolación cuando frustrado creía estar rodeado de la hermosura de una palabra que yo pronunciara, de la exquisitez de una melodía que yo mismo compusiera y del estremecimiento de un color que yo solitario pintara. Incluso el silencio se alejaba de mí llevado de la brida como caballo cómplice del dolor, el amor, la ausencia, la muerte, cuatro de los variados y grandes aurigas del poema, para que no lo aprovechara y dejara caer en él la poesía que yo nunca creara. Y negada que me fue la inspiración y condenado a duro estilo sin son que invitara a exquisitas danzas, comencé a leer poesía desordenadamente para abonar mi espíritu con la belleza esquiva y suplir falencias líricas. Entraba y salía de sonetos y romances cumbres; huía, luego de aposentarme en versos breves sin consonancia pero con ritmo interior hacia simples frases internamente poseídas por la gracia de poemas que nunca dijeron que eran. Parecía un loco entrando y saliendo de manicomios sin guardianes. Deambulé durante años por entre caminos que iluminaban genios literarios creyendo que así se me pegaba el canto que a ellos movía, y nada. Ninguna brizna de lindeza, haciéndome suya, se acostumbraba a vivir en el sudor de la angustia que me dominaba. Parecía estar condenado a transitar sendas tan empinadas que vencido, de espaldas caía cuando llegaba a sus cúspides sin comenzar de nuevo como el dios mitológico. Me metí, hiriéndome manos, pecho y pies, en amontonados y bravos versos de rebelión y lucha sin saber que sangraba y que en las heridas no me quedaban semillas de valor y de coraje para que héroe o mártir me llamaran. Desesperado quise untarme de belleza y estética, voces que antes no podía plasmar, para arrobarme ante la grandeza de la música y el color de la vida, y sobre mi árida piel aquellas resbalaban incapaces de prenderse en el Sahara que la resecaba. Yo fui sequía cuando pretendí que la luz como agua me invadiera y lograra que en mi sangre como río vivieran peces brillantes y sabios. Quise ser alguien tocado por el arte y tampoco. Solo una cabeza yerma de la ilusión que lo imaginaba. Escarbé entre escombros del camino sin hallar lo ignorado que buscaba. Y por haberme sido negado el milagro poético, cubro su espacio mojando mi pluma en la luz del que soñé y nunca produjo el poeta que no fui ni soy para que alumbrándome me guíe hacia donde grande y libre yo lo sienta y vea. *Abogado, catedrático, ex Representante, ex Senador, ex Gobernador, ex embajador ante la ONU. jangossa3@gmail.com

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