Columna


Nostalgia por un teatro abandonado

VANESSA ROSALES ALTAMAR

25 de julio de 2009 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

25 de julio de 2009 12:00 AM

Nadie puede discutir la belleza que circunda al Camellón de los Mártires. La imperiosa gracia del Muelle de los Pegasos, el murmullo de la Bahía de las Ánimas, la gracia del Parque del Centenario. Pero vistas de cerca, las bellezas suelen revelar fisuras. Con frecuencia se pone sobre el tapete público los problemas que sufre el Camellón: palmeras precarias, ausencia de una planificación que salvaguarde sus condiciones ambientales, hurtos desafortunados. Lo mismo sucede con el vandalismo que afecta al Parque del Centenario. Como el que sufrió uno de sus monumentos esenciales, a escasos días de haber atravesado una restauración elaborada. Pero hay otra fisura que vale la pena instalar en la conciencia de los cartageneros: el abandono del Teatro Cartagena. Los cartageneros de cepa reconocerán en este lugar un emblema de lo que fue la ciudad en épocas, tal vez, menos truculentas. La chispa se encenderá también entre los que se apegan al discurso de que “todo pasado fue mejor” o entre aquellos que, sencillamente, asistían a sus funciones semanalmente, los domingos, después de la iglesia. Otros sabrán reconocer que, cotidianamente y desde su impavidez, el Teatro refleja malestares más intrincados. Su silencio da cuenta de la desafortunada y triste manía que existe en la ciudad de desvalorizar los tesoros que la sustentan. Porque lo cierto es que la falta de una cultura cívica reside no sólo en el acto de arrojar basura en lugares azarosos, quebrantar las normas de tránsito, saturar la maraña en materia de movilidad, aferrarnos al hastió de la negligencia o alienarnos con la insensatez. La ausencia de civismo está también en la falta de valor que otorgamos a determinados espacios cuyo poder simbólico debería ser razón suficiente para que cumplan sus funciones. Esto es especialmente válido en una ciudad donde pululan lugares que son testimonio de siglos de fecundidad histórica. El descuido de ellos nos habla también sobre la manera inaudita en que se desaprovechan majestuosos espacios, que servirían para incentivar una ciudad dinámica que logra maximizar su potencial. Vienen a mi cabeza la Avenida El Lago, las comarcas despobladas de Marbella, el camino que bordea la parte trasera del barrio El Cabrero. También hablan sobre las garras privadas que se extienden sobre los terrenos que cimientan aquel título deslavado de Patrimonio Histórico de la Humanidad. El caso del Teatro Cartagena es un detalle que, entre muchos, suman el espejo de una ciudad que desdeña su propio cuerpo territorial. En una cultura cívica, determinados terrenos tienen funciones específicas. Hay un orden que fortalece el sentido que tiene una población de sí misma. Y los espacios también están cargados de una poesía especial: de la memoria, el tiempo que se ha ido, los ritos que ya no están. Es comprensible que Cine Colombia, la empresa propietaria, haya abandonado su uso y funcionamiento debido al declive de rentabilidad. Pero preocupa pensar que sea ese el imperativo que dirija el destino del Teatro, que termine siendo un megaproyecto más; un eslabón en la cadena de densificaciones inmobiliarias que, muchas veces, por querer imprimir aires de modernidad, terminan sacrificando nobles estructuras arquitectónicas y tesoros espaciales. ¿Dónde están los gestores culturales, los restauradores y los ciudadanos que nos preocupemos por recuperar estas gemas de la ciudad? *Historiadora, periodista y escritora rosalesaltamar@gmail.com

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