Columna


Nuevos hogares

MIGUEL YANCES PEÑA

05 de julio de 2010 12:00 AM

MIGUEL YANCES PEÑA

05 de julio de 2010 12:00 AM

Hace unos años los hombres debíamos enamorar a las mujeres, y ofrecerles estabilidad económica y emocional mediante el matrimonio. Sobre nuestros hombros recaía la obligación de adquirir los bienes materiales necesarios y nadie pensaba en separarse porque todo se dividía en dos. Era preferible y más económico conseguir una moza o querida que romper la relación. Hoy es al revés; ella determina a quién va meter en su apartamento, por ratos, o si se porta bien y ella no se desenamora, por períodos más largos; y determina también el momento de botarlo. Antes del matrimonio separan sus bienes de manera que ya no existe el riesgo del “mita y mita”. Así resultan viviendo en el hogar –que siempre se forma alrededor de la madre- padrastros temporales, e hijos (hermanos de madre) de cada uno de ellos. Cunde el desamor, y falta el respeto y la tolerancia que hay cuando sus miembros provienen de los mismos padres. Es un fenómeno que se generaliza a partir de los estratos más bajos (y más altos), entre quienes siempre ha sido así, hacia la populosa clase media, en la medida que la mujer va adquiriendo independencia económica. De utilitaristas pasamos a ser utilizados, y de sumisas ellas pasaron a ser dominantes. ¡Qué vaina! Realmente es que los hombres –la parte emocionalmente más débil, así se diga lo contrario- andan buscando un hogar que los acoja, porque no pudieron conservar el primero; y las mujeres un compañero que le sea fiel y que no las absorban, pero que ayude al sostenimiento de las necesidades materiales. Porque si bien un hombre, si es bien querido y tiene con qué, puede sostener varias mujeres, ellas no se hacen cargo de uno solo de nosotros. Si gana menos que ella, lo más probable es que tenga que irse a buscar una que necesite ser sostenida, o al menos que gane menos que él. No obstante ser socialmente indeseable, este es un proceso irreversible e inevitable, que va produciendo poco a poco una nueva forma de ser del individuo, y que modifica, para bien o para mal, los comportamientos de la sociedad. Ni santa ni golfa, el más reciente libro de Martha Carrillo, ventila desde la intimidad de la protagonista tres generaciones de hogares disfuncionales que culmina con lo que ella misma llama, el inicio de una nueva historia: su segundo matrimonio. En su periplo amoroso, que justifica por una infidelidad no comprobada del marido -sin ahondar en su propia historia familiar- experimenta con un compañero para cada ocasión: un intelectual para ver una película o comentar un libro en la cama; el divertido para salir de fiestas y amanecer juntos; el poderoso para ingresar a nuevos círculos, y así. “Es que los hombres son tan incompletos –dice la autora- que con uno solo no se llenan las mil mujeres que hay en cada una de nosotras”. Interesa también descubrir cómo ven ellas la psicología masculina: “Los hombres no se reconocen entre sí por sus relaciones, ni por sus sentimientos, sino por lo que hacen, y si eso no está dando resultados, si no tienen trabajo o tiene pocos logros, incluso podrían llegar a perder su identidad”. Como este, comentarios que nunca salen de sus grupos de congéneres, están puestos en un libro a disposición de todos. Es un libro corto, ameno e interesante. *Ing. Electrónico, MBA, pensionado Electricaribe myances@msn.com

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