Columna


Oír

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

14 de noviembre de 2009 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

14 de noviembre de 2009 12:00 AM

En los “científicos” puntajes de los jurados del Concurso Nacional de Belleza no aparece calificación alguna para las orejas de las candidatas. Se les ignora con toda razón. Hay pocas cosas más feas que las orejas. Ni los cirujanos plásticos se han atrevido con ellas. Este desafío estético lo había resuelto un pintor famoso cortándose una. Muchas canciones y poemas se han hecho a los ojos, la sonrisa, la boca, o el cabello de una hermosa, pero nadie ha tenido el coraje de referirse a las orejas. El oído es el primer órgano que el feto desarrolla. Al hombre las orejas le crecen hasta el día antes de la muerte, y el oído es también el último sentido que se pierde. Claro que por el ambiente estruendoso que caracteriza la vida en el planeta, algunos lo comenzamos a perder. Además de las complicaciones que ello trae, dejamos de llamarnos fulano de tal, para ser simplemente ese “sordo de mier…;” El oído es el órgano sexual por excelencia, porque por ahí entra el cuento. En la conquista de una sorda hay que superar una barrera infranqueable. Una labor titánica. Cuando en las lides amatorias se quieren prender los motores, se habla de calentar los oídos. Es una actitud de cercanía. La voz cautiva, seduce, estimula. Las emociones se disparan. No se requiere decir, basta con quejarse. Pero nadie puede pensar de un modo abstracto sin imaginar las palabras; nadie puede imaginarlas si no resuenan en el cerebro. Tal vez así funciona el pensamiento, como una música hermética cuya clave a algunos les está vedada. La prosa antes fue verso; el verso antes fue canto; el canto antes fue grito. El grito partió de aquel gruñido o espasmo, mediante el cual cierta especie de simios trataba de imitar los sonidos que la naturaleza producía: el gorgojeo del agua, los susurros del viento, el fragor de las fieras. Cada uno de aquellos gruñidos ahora se transformó en una palabra dulce. Al igual que algunos salvajes mordiscos del primer hombre han terminado siendo un beso. Con el tiempo la voz humana ha tomado infinitos matices y estos se han adaptado a las variaciones de los sueños, de las imágenes. Nadie puede pensar sin imaginar que piensa. Nadie puede imaginar el pensamiento sin que los arquetipos suenen en el pentagrama del cerebro. Tener oído significa captar la profundidad de cada palabra. Lo que hay en ella de ritmo, de verso, de canto, de gruñido, de silencio. Ese silencio insondable que precede al primer sonido. Las cosas solo existen cuando poseen un nombre y ese nombre es inseparable de aquella voz que lo pronunció por primera vez hace un millón de años. Todo es música: los ladridos del perro y la propia novena sinfonía de Beethoven, el estruendo de los loros mangleros y el rumor de las confidencias. Tener oído es condición fundamental en el Caribe. Quien no lo tiene canta destemplado, no sabe bailar y hasta camina mal. Hay quienes sostienen que para hacer el amor existe un especial sentido del ritmo, y para ello, se necesita tener oído. Oír representa mucho para el alma. Por ese conducto el amor y la pasión reciben indispensable combustible. Hay melodías que trastornan. Bien decía el gran poeta José Alfredo en una ranchera, al “oír” cierta canción: “ya va mi pensamiento rumbo a ti”. *Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario. augustobeltran@yahoo.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS