Columna


Ojo al Centro

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

30 de agosto de 2010 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

30 de agosto de 2010 12:00 AM

Cartagena es un lugar privilegiado. La frase se ha repetido hasta el cansancio. Y, hace poco tiempo, la guía turística Frommers la incluyó entre los doce destinos que, en todo el planeta, merecen ser conocidos. En fin: la consagración definitiva de la villa de Heredia a escala mundial. Y no extraña que así haya ocurrido, pues es única en el nuevo continente. O, en otras palabras que entrañan la definición precisa: es la historia detenida cabalgando sobre el tiempo. Ante la exaltación de su importancia tienen que cesar los errores y abusos en defensa del perfil colonial de la arquitectura, pues, con uno u otro pretexto, en Cartagena se han cometido atentados inauditos. La urbe, con frecuencia exasperante, ha sido víctima de un concepto equivocado del progreso. La Andian National Corporation, hace casi cien años, derribó una pequeña manzana colonial, conocida con el nombre de Casa de la Isla, para levantar en su reemplazo una espantosa mole de cemento. Con criterio similar se construyeron el edificio Gánem, al lado de la Universidad, y el Cuesta frente al templo de Santo Domingo, ya a mediados del siglo pasado. En todos los rincones aparecen obras que rompen la armonía del Centro Histórico. No cesan los despojos contra la ciudad inerme a la que se va desguazando sin fatiga. Ni siquiera la Curia (y lo digo con respeto) estuvo ausente de lo que puede clasificarse de “urbicidio”. Y va de cuento: cuando despertaba la pasada centuria hubo un obispo fantasioso, que traía en el recuerdo la nostalgia de sus tierras italianas, que apeló a cuanto recurso tuvo en sus manos para convertir la catedral de torres achatadas en una imitación de los “duomos” renacentistas. Afortunadamente sus sucesores rescataron la dignidad de la construcción primitiva. De esta manera, y de seguido, se ha venido librando una dura batalla contra la historia y contra la geografía. El precioso lago de San Pedro Claver fue rellenado en la lejana década del cuarenta, para sacar nuevos y mayores lotes baldíos, lo que se está practicando nuevamente ahora contra los caños, a los que, además, se les agregan enormes plantaciones de manglares. Hoy, diez años después de amanecer el milenio, no han desaparecido los peligros. Cartagena insiste en romper su estampa de villa colonial, ignorando que ésta es su principal encanto. Se construye por todas partes en el centro, San Diego y Getsemaní. La casi totalidad de la existencia oficial y gran parte de la comercial y ciudadana se mueve alrededor o en el mismo casco antiguo. Allí funcionan las oficinas públicas del Departamento y del Distrito, el ochenta por ciento de las notarías, colegios y universidades, así como entidades financieras, juzgados y supermercados. Y en las cercanías de los magníficos hoteles Santa Clara y Santa Teresa, que sí constituyen un lujo y una necesidad, se apretujan decenas de “metederos”, hostales y cuchitriles hasta llegar a un paso del hacinamiento. Que es preciso combatir. Llego el momento de frenar el desbarajuste. La declaración de Cartagena como patrimonio mundial, crea obligaciones insoslayables para el gobierno, la empresa privada y todos los cartageneros, sin diferencias de razas, partidos o colores. *Ex congresista, ex embajador, miembro de las Academias de Historia de Cartagena, y Bogotá, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. academiadlhcartagena@hotmail.com

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