Columna


Ojo a la Matuna

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

07 de diciembre de 2009 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

07 de diciembre de 2009 12:00 AM

A Cartagena le falta acción oficial. Lo que ha permitido que La Matuna, en pleno centro de la ciudad antigua, dejara de ser un sueño para convertirse en un tugurio. La urbanización nació como una hermosa aspiración, cuando se iniciaba la década de los 50. Se trataba de abrir nuevos y modernos horizontes a las actividades mercantiles, a fin de facilitar la descongestión del casco colonial que empezaba a desbordarse. El proyecto era completo. No dejaba detalles sueltos. Incluía todas las necesidades requeridas por un centro comercial y financiero que permitiera el desarrollo en las inmediaciones del recinto amurallado, sin sacrificar el ambiente recoleto de las callejuelas centenarias y de los claustros conventuales. Debían coexistir, casi pegados, uno junto a otro, la urbe antañona, preñada de glorias y de sombras, y el barrio contemporáneo, de perfiles audaces, vital y fragoroso, en el que estaba previsto lo actual y lo futuro. Hasta la altura de los edificios, fue establecido. No podía pasar de cinco pisos para no minimizar la Torre del Reloj Público que hoy ha casi desaparecido ante la magnitud de las construcciones vecinas. Pero la realidad fue más fuerte que la imaginación y las buenas intenciones. El proyecto se esfumó como una columna de humo batida por las brisas. Murió por la ausencia culpable de una autoridad en fuga. Únicamente quedaron las ilusiones, extraviadas en la nostalgia de los creadores de la utopía. Como dijo el poeta: “Siquiera se murieron los abuelos sin presenciar el doloroso eclipse”. En La Matuna se han violado todos y cada uno de los fines del proyecto original. La despreocupación oficial la ha convertido en un inmenso muladar, en el que se entremezclan y conviven los vicios y la porquería, el desorden y la inseguridad, el hacinamiento y la proliferación de truhanerías, zahúrdas y cuchitriles. Se ha llegado allí al fondo de la ignominia. Cohabitan la gaminería desarrapada y las ventas malolientes e insalubres de carnes y pescados, ofrecidos sobre mesas desvencijadas, y las cantinas sórdidas, los bazares en hileras tirados en los andenes y las fritangas y los comedores improvisados en las plazoletas. Y, en medio de la despreocupación progresiva de los gobiernos distritales, se va multiplicando la audiencia de los rebuscadores profesionales, a escasos metros de la ciudad antigua. Ese sector, prostibulizado a la vista de una autoridad parapléjica, es la demostración fehaciente de la falta, ya crónica, de interés por encontrar soluciones adecuadas a un problema oprobioso que ha venido creciendo cada día, por lapso de años, y que constituye uno de los lastres más infamantes de Cartagena. La Matuna tiene que convertirse en objeto prioritario del Distrito que cuenta ahora con el aval de un viejo fallo del Consejo de Estado, que ordena la recuperación del espacio público en gran parte de la urbanización. Pero la Alcaldía ha puesto oídos de mercader a la providencia judicial, sin que exista razón valedera para aplazar su cumplimiento y buscar remedios a la dolencia que ha adquirido ya caracteres alucinantes y constituye un monumento a la incuria imperdonable de gobiernos sucesivos. *Ex congresista, ex embajador, miembro de las Academias de Historia de Cartagena y Bogotá, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. academiadlhcartagena@hotmail.com

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