Columna


Oráculos poéticos

ROBERTO BURGOS CANTOR

19 de septiembre de 2009 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

19 de septiembre de 2009 12:00 AM

A veces ocurre. No sé si a todos. Tampoco dispongo de estadísticas que permitan establecer una regla. Ni su frecuencia. Se trata de un suceso que altera las convenciones de la rutina, su lastre de repeticiones seguras, la idea falsa de una vida ya diseñada, al fin modelada. Cuando ocurre vuelve, a cada quien, la capacidad de sorpresa que se creía agotada, la incitación a la aventura que se había enterrado, y ese poder del infinito, un don que tiembla para no dejarnos doblegar por la muerte anticipada. Así ocurre: Usted a lo largo de los años leyó o no leyó poesía. Ese acto de complicidad sublevada y total con el ser que no es sólo leer, es también darle compañía al alma, atreverse a esfondar muros, volar en el abismo. Un buen día, después de los 40 años, los poemas preferidos se quedan para siempre. Usted, triste o alegre, aburrido quizá, va al estante donde apila libros que leyó alguna vez y se dispersan otros que puso ahí y el tiempo indolente ha minado el propósito de leerlos, tan fuerte cuando los compró o se los regalaron. ¿Porqué se quedan allí si el libro es libro con la lectura? Sin leerlos son ladrillos de papel inerte, sin poder, sin maravilla. Usted se siente pleno con la poesía leída. Cree que otra lectura desconocida no le hace falta. Le agrega vida decir y decir: Yo, que tantos hombres he sido; No es recomendable amar a un fantasma; Aprendemos el agua de la sed; Si de verdad todo poema habla de ti; Pienso a veces que ante la vida; Mientras que algo es bello, es posible aferrar su esencia. Y muchas veces y voces así. Otro día, afortunado premio del azar, Usted toma un libro. Las noches de las bibliotecas son agitadas. Se rompe su obstinada y austera confianza en lo que tiene y abre lo desconocido. Recuerda cuándo y cómo llegó éste y la intuición que lo condujo a ponerlo con sus compinches. Usted observa que pertenece a una silenciosa y persistente labor de Fabio Jurado Valencia de la Universidad Nacional de Colombia quien organiza los Viernes de Poesía y consagra la huella, como el cemento fresco de las estrellas de cine, con una digna publicación. La que salió del estante es la número 27, Oráculos Ausentes, de Felipe Agudelo Tenorio. Los 21 poemas de Agudelo rondan los motivos de la poesía desde su ambición primigenia. Pero hay algo que atrapa a su lector ¿? desde el primero, “Si en verdad uno es del lugar/ Donde abandonó a sus muertos”, y es la tensión por marcar el precipicio que caracterizaría a la sensibilidad de hoy. Como si un poeta de sus calidades supiera que no hay poesía joven. Que un acumulado de siglos lo mantiene a Usted inerme ante la ausencia, la pérdida, la inercia de sobrevivir, la muerte, o el final que redondea todo esfuerzo, el fracaso, y desde esa intuición su mirada, su sensibilidad diera cuenta de cómo hoy damos la batalla a lo de siempre. Algo así, misterioso y profundo que resuena. De esto tratan estos poemas ambiciosos arrancados a la nada cuya lectura ofrece voz al duro silencio. *Escritor rburgosc@postofficecowboys.com

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