Columna


Para qué la planeación

RAÚL PANIAGUA BEDOYA

24 de octubre de 2009 12:00 AM

RAÚL PANIAGUA BEDOYA

24 de octubre de 2009 12:00 AM

Cada vez se oyen más voces clamando por la necesidad de que en Cartagena asumamos seria y decididamente un proceso de planeación del futuro de la ciudad. Es posible que algunas personas se pregunten para qué planeación, si como van las cosas están “bien”. Se dirán que: se desarrolla la Zona Norte, parecida a algunos sectores de la Florida; con la carretera de Barú, se acelerara su desarrollo turístico; y que las construcciones en Bocagrande dan un aire más moderno y dinámico a la ciudad. Pensarán que la central mayorista de la que se habla va bien, y así enumerarán algunas obras que en construcción o en proyecto. Frente a la necesidad de que los cartageneros miremos el futuro con confianza y logremos unos mínimos de planeación, es posible que siga imponiéndose el pesimismo y el complejo de que no somos capaces de ponernos de acuerdo en nada, y entonces lo mejor es dejar las cosas como están, que el simple juego de la oferta y la demanda decida qué, cómo y dónde se siguen haciendo las cosas en la ciudad. El problema es que el futuro de una sociedad, de una ciudad, no es ni tan simple, ni es un juego, ni responde a la oferta y a la demanda. Las ciudades son complejos en los cuales conviven y pulsan varios intereses, algunas veces opuestos, otras veces conflictivos y en algunos casos, antagónicos. Y son la capacidad, las alianzas o acuerdos, la fuerza o el poder de alguno de esos actores, los que terminan imponiéndole a toda esa sociedad los intereses de unos, presentados como si fueran de todos. En la mayoría de las sociedades son los intereses de cuatro sectores los que se combinan, se relacionan o pactan las decisiones en función del bienestar de la mayoría: el Estado, que debe representar esencialmente a los más débiles, a los que menos opción tienen de ser representados, a ese alto porcentaje de ciudadanos sin mayor capacidad de incidencia en las decisiones vitales de la sociedad; el capital o la empresa, que obviamente responden a sus propios intereses; la academia o el saber, que debe representar los intereses tanto de ella, como de toda la sociedad a la cual se debe; y la comunidad, que llámese sociedad civil, organizaciones sociales o comunidades organizadas, responde a los intereses de ella misma. Las preguntas que se nos vienen a la cabeza es si la ausencia de planeación, de incapacidad de concertar nuestro futuro como ciudad, de indefinición de los horizontes de ciudad, le sirve a todos los cartageneros. Si en este “rio revuelto ganancia de pescadores”, ¿quiénes son los pescadores? Aún es posible pensar que en esta jungla urbana, donde cualquiera puede hacer lo que le parezca, donde no hay controles, límites o marcos definidos de actuación, le sirve a todos. ¿Será que a mediano y largo plazo este caos que tenemos como ciudad será viable, inclusive para el capital privado o para los grandes empresarios? Si no nos damos la oportunidad de pensar y diseñar la ciudad que queremos, ¿quiénes van a determinar los horizontes? ¿Será posible tener una ciudad amable, grata, vivible? ¿Será posible que la ciudad que añoramos para nuestros hijos y nietos sea factible? En algunos ambientes de la planeación se escucha una afirmación: que los ciudadanos construyen la ciudad que sueñan, o tienen que padecer la que tienen que vivir.

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