Columna


Pico y placa

JORGE ENRIQUE RUMIÉ

04 de junio de 2010 12:00 AM

JORGE RUMIÉ

04 de junio de 2010 12:00 AM

En los días de pico y placa el tiempo amanece con un afán que apura a la normalidad, recordándote que debes salir temprano para evitar una multa del tamaño de una epopeya. En los días de pico y placa los relojes amanecen alebrestados y los minutos corcovean, traicionando la tranquilidad de un día corriente. Es fastidioso. Te bañas, te vistes y desayunas con una angustia que puede ser colosal o diminuta, según le apetezca al minutero, y en mi caso, como trabajo algo retirado de la casa, debo salir desde las 6:30 de la mañana para llegar rozando sobre la campana de las siete. Cinco minutos de atraso son suficientes para invocar a Juan Pablo Montoya, quien te inspirará en las artes del manejo, de tal manera que puedas avanzar raudo entre los vehículos que, por el número de sus placas, se notan que no tienen el mismo problema. Por algún motivo que desconozco, en los días de pico y placa los trancones se multiplican y los peatones amanecen adormecidos. Por alguna circunstancia que ignoro, en los días de pico y placa, a la salida de Bocagrande, hay un infante de marina que tiene la disciplina irrestricta de mostrarte un letrero de “Pare”, para que los peatones puedan cruzar la calle hacía la base militar. Nunca imaginé que laboraran tantos ahí ni que puedan atravesar la vía con el mismo ímpetu que puede tener una hicotea apesadumbrada. Y claro, mientras tanto, el mismo infante, al identificar el número de tu placa, disfruta el espectáculo mirándote de reojo, porque sabe que llevas puesto el vestido angustioso de una multa galopante. Cuando quieres pasar por el Reloj Público, en la Boca del Puente, la máquina del tiempo te saluda riéndose a carcajadas, burlándose, pues con tu cara de dientes apretados, agarrar el volante duro y sofocado, es signo indiscutible de que vienes rezagado. En los días de pico y placa, atravesar Manga es un arte mayor. No lo entiendo, en geometría me enseñaron que la distancia más cerca entre dos puntos es una recta, pero ahí es lo contrario, entre más recovecos pases para atravesarla, mejor, y cuando viajas con premura, hombre, terminas llegando al puente Bazurto entre mareado y despelucado, con las probabilidades intactas de meter tu carro en la bahía. Ya en el Corredor de Carga, obviamente, terminas cargando una gastritis abrasadora, la misma que te aprieta el alma cuando te aparece una tractomula desparramada en la vía como culebra en celo. “Ahora sí me jodí”, me digo. Al camión no le entran los cambios y el engranaje hace un ruido enorme (“gric, gric, gric”), mientras los sapos de la calle -que nunca faltan- le gritan al conductor: “¡Mierda Alvarito, échale platanito a esa vaina!” En aquel instante, me trago solito el paso amargo de los minuteros. Es poco lo que puedo hacer y decido arrancar por los caminos de la suerte, pero no sirve de nada. A lo lejos diviso un punto azul en el horizonte, que ya me tiene fichado. ¿Es imposible? ¿Cómo puede un policía de tránsito identificar un carro con pico y placa desde 1.000 metros de distancia? Me acerco y aprecio su rostro entero, como en las películas del viejo Rialto, y me digo: “Pocas veces he visto tanta cara de satisfacción como en aquellas manos que me harán una multa. Estoy clavado, Rumié”. *M.A. Economía, Empresario jorgerumie@gmail.com

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