Columna


Poder y corrupción

MIGUEL YANCES PEÑA

13 de julio de 2009 12:00 AM

MIGUEL YANCES PEÑA

13 de julio de 2009 12:00 AM

El principio del poder es ordenar, servir y proteger: a través de la historia se puede observar cómo unos se han subordinado a cambio de orden, seguridad y protección. Desafortunadamente, raras veces ese es el móvil de quienes luchan por obtenerlo. Con el poder viene la absurda sensación de superioridad que degenera en el uso indebido: sacar provecho, vender la discrecionalidad e intercambiar favores, vengarse, o simplemente satisfacer la vanidad de gozar de privilegios, sentirse importante, consentido por los medios, y adulado por quienes lo disfrutan. El aspecto más negativo de estas desfiguraciones de la función es la que impacta negativamente el erario, ya sea porque afecta el precio y la calidad de las obras al exigir una contraprestación al proveedor o contratista, entre otras, o porque realizan actos de gobierno para ser demandados, perdidos y pagados con dineros del fisco. Y no sólo se presenta corrupción entre funcionarios públicos y particulares. El caso de San Andrés Islas, por ejemplo, en el que el Controlador fue capturado en momentos en que recibía un dinero producto de la extorsión que ejercía sobre el Gobernador, no es infrecuente. Este sorprende no por el hecho en sí, sino porqué afloró. Y afloró porque el Contralor ¿inexperto? exigió dinero, cuando esos negocios se hacen en favores que se pagan con el erario, y no con el peculio del gobernante. Y llama la atención también porque el delincuente (el Contralor) sintió vergüenza (ese sentimiento tan en desuso) e intentó suicidarse. ¡Por nada más! La triste realidad es que poder y corrupción van de la mano; uno es inherente al otro; pero a su vez el poder es una condición necesaria de gobierno; su relación es de proporcionalidad (mientras más poder mas corrupción); Tal vez allí radica su mayor atractivo, cuando no el legitimo y altruista de sentir la satisfacción de hacer el bien, o ganar el aprecio y admiración –que es diferente a la adulación- de los gobernados. La democracia intenta disminuirlo mediante su separación; y controlarlo mediante las entidades de vigilancia y control, la prensa (mientras sea libre y objetiva), las veedurías y la oposición. No obstante cada uno de estos poderes, y los mismos órganos de vigilancia y control que por serlo detentan uno, caen a su vez en la tentación, y se corrompen. Las relaciones entre ellos suelen ser de amiguismo o de extorsión y soborno. Una de las paradojas más grandes de la vida, es que necesitando el hombre de sus semejantes para proyectarse y prosperar, no aprende a vivir en comunidad. Donde quiera que se reúnan dos o más, como lo reconoce Alvin Toffler en “El Cambio del Poder”, se establece una relación de poder y subordinación –más acentuada entre adultos- que si no es aceptada por los otros, degenera en polarización y parálisis, o en luchas por obtenerlo. La única solución a esta avaricia humana, es aprender a elegir. Aprender a distinguir entre la calumnia, que suelen difundir quienes la utilizan como venganza o extorsión, de las denuncias verdaderas; y sancionar moralmente -la justicia no lo va hacer- a quienes no respetan los limites que la moral, la ética (principalmente) y la ley, imponen a las sociedades y a sus gobernantes. *Ing. Electrónico, MBA, Ex Superintendente (Pensionado) Electricaribe. myances@msn.com

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