Columna


Por ser mujer

VANESSA ROSALES ALTAMAR

27 de marzo de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

27 de marzo de 2010 12:00 AM

En el debate pasado de candidatos presidenciales por el canal RCN, Gustavo Petro dio una respuesta desconcertante. Como fórmula vicepresidencial, Petro escogió a la ex secretaria de gobierno de Bogotá, parte de la administración de Samuel Moreno, y blanco permanente de las críticas del senador. ¿Por qué escoger a una persona inmersa en una gestión política que le ha sido adversa? Petro enumeró tres razones, pero me detengo en una sola; porque es mujer. Sin duda, el lugar que ocupan hoy las mujeres en cargos y ámbitos que le fueron extensamente vedados es un logro importante y un síntoma de progreso para nuestro mundo contemporáneo. Pero también es cierto que es una batalla no culminada. De muchas maneras, el mundo sigue perteneciéndole a los hombres, la discriminación es visible en lugares de trabajo y en percepciones morales sobre la sexualidad, por ejemplo. En las sociedades pequeñas, provincianas y patriarcales esto es un síntoma generalizado. Tiger Woods suscita admiración en incontables hombres por su harén, mientras que las infidelidades de la esposa de un ministro europeo le atraen una letra escarlata. Las mujeres se ratifican a través de su corporalidad sexual en revistas célebres, y al tiempo, son las mujeres las que deben soportar la lujuria indeseada, primitiva y asquerosa, de los hombres en las calles, quienes creen tener un derecho para expresar su animalidad a desconocidas que escogen ponerse una falda. Ser mujer es bastante complicado y aún hoy, la pugna por validarse sigue en pie. Pero aunque serlo sea una condición existencial inevitable y condicionante, no significa que defina todo lo que uno es. Hay mujeres como Michelle Bachelet, en Chile, que han sabido abanderar gestas presidenciales, por ejemplo. Pero me temo que no puedo decir lo mismo de Cristina Kirchner; y ambas, son mujeres. El mero hecho de serlo no garantiza que tengan las facultades para cumplir con efectividad en ciertos cargos. Escoger a alguien “porque es mujer” es, en el fondo, discriminación positiva. Y esto se ve en muchos otros ámbitos. Sólo porque una persona sea afrodescendiente, parte de una minoría sexual, indígena o de otra nacionalidad no significa, por deber, que tengan potestades privilegiadas. No necesariamente. Puede primar otro elemento: la individualidad. Tomemos el ejemplo de Noemí Sanín. Bien hizo Alejandro Santos, en el mismo debate presidencial, al cuestionarle su inconsistencia política a través de los años. Noemí ha sabido desempeñarse en cargos diplomáticos para regímenes presidenciales diversos. ¿A qué le apuesta realmente? Hubo otra pregunta que Noemí sencillamente no supo responder: si ella buscaría o defendería la unión legal de parejas del mismo sexo si un hijo suyo se lo solicitara. “Mi hijo es mi hijo”, dijo, “yo respetaría”, concretó. Jaime Baily fue clarividente al afirmar que la respuesta era fruto directo de su “inconsistencia intelectual”. Es probable que muchos voten por Noemí, en parte por su género. Pero muchos sabemos que detrás de Noemí no hay nada, ni un estertor de ideología concreta, y ni siquiera un rasgo de inteligencia que le permita responder con soltura cuestiones primordiales para capitanear un país entero. Y eso no tiene nada que ver con ser o no mujer. *Historiadora, periodista y escritora rosalesaltamar@gmail.com

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