Columna


Promesas de Dios

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

27 de junio de 2010 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

27 de junio de 2010 12:00 AM

De las lecturas de hoy extraje lo que yo llamaría las Promesas de Dios. ¿Qué es lo que Dios nos promete? ¿Qué nos ofrece y qué nos pide para conseguirlo? Dios nos ofrece: la alegría, el gozo, su guía, su protección, la libertad interior, el amor, la esperanza de llegar a Él, la vida que no acaba y la eterna felicidad y nos pide: seguimiento, confianza, firmeza, fe, actuar según el espíritu y no según los deseos de la carne, devolviendo bien por mal, nunca vengándonos y mirando siempre hacia adelante, con nuestra vista puesta en Él. En el Salmo decimos: “Protégeme Dios mío que me refugio en Ti,…;bendeciré al Señor que me aconseja, hasta en la noche me instruye internamente…; por eso se alegra mi corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena…; Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”*. La primera lectura nos cuenta como Eliseo dejó todo para seguir a Elías y ponerse al servicio de Dios. En el evangelio un discípulo le dice a Jesús: “te seguiré a donde vayas”, y Jesús le aclara que no es fácil el camino para el discípulo, que puede ser de muchas privaciones externas y de verse sometido a muchas injusticias y que se debe anteponer el seguimiento fiel, a cualquier otra realidad. En ese momento Jesús ya iba camino a Jerusalén, en donde sabía que le esperaba la cruz y que ese sería el precio, por el rescate del pecado y de la muerte, de todos los que lo siguieran. En la segunda lectura, San Pablo nos recuerda que nuestra vocación es la libertad, la libertad interior, estar libres de pecado porque nos dejamos rescatar por Jesucristo y esa libertad nos conduce al bien, a la felicidad y al amor. Gracias a eso, podemos cambiar nuestra manera de reaccionar, y ser proactivos en vez de reactivos, devolviendo bien por mal, con perdón y bondad hacia los demás, aunque nos hagan daño. En este punto, Jesús en el evangelio también regañó a sus discípulos Juan y Santiago, quienes querían tomar venganza de Samaria porque no habían querido alojar al Señor. San Pablo dice que nos dejemos guiar por el Espíritu de Dios, porque muchas veces los deseos de la carne están contrapuestos a los del espíritu y por eso debe ser el espíritu el que lidere para que pueda encausar los deseos hacia el bien. Dice San Pablo: “Bien manifiestas son las obras de la carne, las cuales son adulterio, fornicación, deshonestidad, lujuria, culto a ídolos, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, enojos, riñas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, embriagueces, glotonerías y cosas semejantes”*. Dice además que quienes tales cosas hacen, no alcanzarán el Reino de Dios.” Al contrario, los frutos del espíritu son caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe o fidelidad, modestia, continencia, castidad”*. Si tomamos en serio las promesas de Dios, si las meditamos y ponemos por obra con el seguimiento activo a Jesús en nuestras realidades personales, familiares y sociales, avanzaremos confiadamente, sin temor en el corazón, porque conquistaremos los frutos de sus promesas, y sobre todo el mayor de todos: Él mismo: “Tú Señor eres el lote de mi heredad”*. *1 R 19, 16b, 19-21; Sal 16(15); Gal 5, 1. 13-26; Lc9, 51-62 *Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial. judithdepaniza@yahoo.com

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