Columna


Proyecto “Honestidad”

DANIEL CASTRO PEÑALOZA

08 de abril de 2010 12:00 AM

DANIEL CASTRO PEÑALOZA

08 de abril de 2010 12:00 AM

Mi abuelo afirmaba, con la severidad de sus canas, que la honestidad “no se compra en la esquina”. Tan acertada era la afirmación que los más habilidosos comerciantes del mundo (hablo de mis queridos paisas de Colombia) no han podido inventar el negocio que comercialice aquella escasa virtud. Si la honestidad pudiera adquirirse mediante transacción, no alcanzo a imaginar la cantidad de personas comprándola en volúmenes elevadísimos para uso individual, y muchas otras almacenándola en bodegas enormes, bajo temperaturas apropiadas, verbigracia: en cuartos fríos con una asepsia especial para evitar que se corrompiera con los aires preñados de malos hábitos, ya consuetudinarios en el proceder de la gente. El negocio sería bueno y prometedor. Los colombianos podríamos ser los primeros exportadores de honestidad en el mundo. El café, insignia del país, dejaría de causarnos insomnio por los bajones del dólar y –¿por qué no?- tendríamos, incluso, la oportunidad de cotizar el producto intangible en las bolsas de valores del planeta. El primer paso sería relativamente complejo: determinar el valor comercial de la honestidad. El juego de la oferta y la demanda, principio básico de la economía, sería fundamental a la hora de fijar el costo. Al principio, digamos, una onza de honestidad podría valer 100 dólares, pero transcurrido un año ese precio seguramente se reduciría a la mitad o menos. Entre más clientes, el volumen de producción crece y los costos deben mostrar tendencia a la baja. Así de sencillo, como lo han hecho los poderosos chinos. Sí me preocupa seriamente la fuente de adquisición de la materia prima. Como esa virtud no se encuentra en minas, como el oro y algunas mujeres que valen lo que pesan en oro, habría la necesidad perentoria de masificar la producción limpia a través de una casa matriz en un lugar paradisiaco (sugiero Cartagena) y sucursales en diferentes zonas colombianas. Los corazones y mentes más probos de la nación se congregarían dos veces por mes en sesiones permanentes de siete días y por sistema de osmosis, con catalizadores y cristales prístinos, finalmente lograríamos el cometido. El resultado: honestidad pura. Sólo hombres y mujeres de talante impoluto podrían calificar a tan honrosa designación patriótica, por supuesto, sin recibir retribución monetaria. Entre el selecto grupo calificarían funcionarios al servicio del Estado, capaces y de trayectoria preclara: alcaldes, gobernadores, diputados, concejales. También ministros de las diferentes carteras, directores de entes centralizados y descentralizados, senadores, representantes. Líderes cívicos, voceros barriales y periodistas no podrían faltar. En fin, toda una camada de personas de espíritu altruista. Hilvanado el proyecto, el paso a seguir es buscar la gente idónea. Por sedes físicas, estrategias de marketing, personal administrativo y demás no debemos preocuparnos demasiado. Lo dicho: el meollo es conseguir la fuente de la ‘materia prima’. ¿Cuántas personas en Colombia podrían servirnos para arrancar de inmediato esta ambiciosa iniciativa? ¿Quizá 500, 300, 100, 20, 5 ó ninguna? Si la respuesta es la última de las opciones, vendamos el proyecto a otro país. dacaspe@gmail.com *Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.

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