Columna


Recuerdos de Brasil

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

20 de septiembre de 2010 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

20 de septiembre de 2010 12:00 AM

Durante la breve estadía en Cartagena de mi hijo Vicente Carlos, quien vive en Brasil desde hace 32 años, tuvimos ocasión de hablar ampliamente sobre las costumbres y las gentes de ese país. Entre los primeros recuerdos inolvidables, Salvador de Bahía, una zona cargada de magia y de prodigios nacidos de una imaginación que inventa mitos desbocados. Y que sirvió al consagrado novelista Jorge Amado como escenario prodigioso en los que puso a correr el cuerpo desnudo de Sonia Braga, principal protagonista de la novela “Doña Flor y sus dos maridos”. La única forma de interpretar a Brasil es adentrándose en los entresijos de sus delirios que hablan el lenguaje de la macumba y del candomblé. De otra manera es imposible. Hay que comprender el idioma de las “maes de santo” que fuman el tabaco ritual, mientras invocan apasionadamente la ayuda de los duendes de África que hace siglos tendieron un puente sobre el mar para no abandonar a sus hijos prisioneros en las sentinas podridas de los barcos negreros y en las haciendas explayadas de los colonizadores portugueses. En Brasil hay una sola religión predominante: la nacida de la simbiosis de los dioses africanos con el paraíso de los cristianos. Ese sincretismo ha permitido la supervivencia de los cultos, y ha hecho posible que se invoque a Changó y se rece a Jesucristo. Por eso, para los brasileños, la gran celebración del año es la ofrenda a Iemanya, convertida en la reina de las aguas a la que se rinde singular homenaje el 31 de diciembre. Esa noche, al llegar al año nuevo, en medio de los gritos histéricos de las mujeres en trance y de las oraciones de los umbandistas de “Mae Xogum”, miles de personas vestidas de blanco se extienden por la costa, desde el norte de Bahía hasta Río de Janeiro, para pedir los beneficios de la diosa del mar. Tiran flores y alimentos a las ondas, se zambullen en las olas para facilitar la navegación de centenares de canoas con los regalos que llevan súplicas de protección y de apoyo. Y en las mañana, amanecen multitudes desmayadas sobre la playa, entre pedazos de botellas desvencijadas, “charutos” de tabaco negro, húmedos y mordisqueados. No hay en América celebración igual a la de Iemanyá en Brasil. Es un espectáculo alucinante a cielo abierto, en el que se mezclan en desorden, excesos de piedad, de ternura, de locura, de superstición, de fe primaria y de sexo. El pueblo ama, come, bebe, reza y sueña. Al despuntar el alba, el sol naciente alumbra encima de la arena los restos mustios de la liturgia pagana y los cuerpos exhaustos, desgonzados y sudorosos de hombres y mujeres. Y, como un tributo silencioso a la divinidad homenajeada, de todos los rincones parece brotar el tufillo del amor satisfecho y el olor a marisco de las virginidades perdidas. La apoteosis de Iemanyá ha terminado. Pero eso es apenas asunto trivial, pues como escribió Caballero Escobar: “Para tratar entender al Brasil hay que saber que es ocho veces más extenso que Colombia, ocho veces más vital y despreocupado, ocho veces menos jurídico, ocho veces menos académico y literario, ocho veces menos alcohólico. Ocho veces más supersticioso, ocho veces más sensual. Ocho veces más alegre”. *Ex congresista, ex embajador, miembro de las Academias de Historia de Cartagena, y Bogotá, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. academiadlhcartagena@hotmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS