Columna


Recuerdos de Vicentico

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

19 de julio de 2010 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

19 de julio de 2010 12:00 AM

Vicentico, mi padre, estaba siempre de blanco hasta los pies vestido. Impecable. Sin olvidar jamás el saco y la corbata. En la solapa llevaba una doble florecilla de “tú y yo” que ponía una nota de color en su estricto continente. Y remataba el atuendo con un sombrero de jipijapa de los que tejen en las costas meridionales de Ecuador, y los que, por una de esas confusiones que no tienen explicación, se conocen con el nombre de “Panamá”. En su rostro abierto retozaba permanentemente una sonrisa espontánea y suelta, acompañada con frecuencia con un gracejo o una frase galante. El día de su muerte un cortejo gigantesco, integrado por millares de hombres y mujeres del pueblo, al que Vicentico sirvió con afectuosa devoción, lo acompañó entristecido hasta el cementerio de Manga, en medio de un silencio abrumador. Eduardo Lemaitre compendió la sentida demostración de los desposeídos, con cuatro palabras: “Era un valor humano”. Y esa constituía, en verdad, la síntesis de su vida. Vicentico quiso a Cartagena y a sus gentes con entrañable vivacidad. Vivía enamorado de su ciudad, de sus mitos, de sus tradiciones y de su pasado. Sufría con sus quebrantos, como si fueran propios, y trataba de restañar sus heridas, mientras soñaba con su futuro que describía con el entusiasmo ardoroso de un adolescente. Puso toda su voluntad al servicio de los menos favorecidos y abrió caminos no imaginados de progreso, contrariando muchas veces la terca opinión de quienes controlaban el poder político. Y, este mes, transcurridos 39 años desde su fallecimiento, todavía flotan en los barrios populares su nombre y su recuerdo, que se han convertido para algunos viejos en una leyenda que acarician con nostalgia. Hay casas destartaladas o modestas donde aún se le rinde una especie de culto, cuya significación escapa a los jóvenes. Es el postrer tributo de los humildes que, en forma franca y sin trastienda, demuestran su gratitud. Cartagena le debe a Vicentico su perfil de ciudad moderna, con vocación turística y cosmopolita. El colocó amorosamente los cimientos de la urbe vigorosa de hoy y del mañana. Gracias a su constante dedicación se construyó el Hotel Caribe, se abrieron los casinos, se consolidó el Concurso de Belleza que había sido, apenas, en 1947, el sueño de dos o tres audacias juveniles, se proyectó y se hizo realidad la urbanización de la Matuna y, en fin, se formó un espíritu novedoso que rompió anacrónicos moldes tradicionales. Pero hubo algo más. Vicentico era un ser auténtico, sin pliegues ni sinuosidades. Esa fue la clave de su éxito. Tolerante por formación y por temperamento sentía respeto por las ideas ajenas. En una época en que la política se distinguía por el enfrentamiento feroz de los partidos, él, miembro de familia conservadora, cultivó la amistad de prestantes dirigentes del liberalismo, encabezados por Eduardo Santos y Alfonso López Pumarejo, varios de los cuales se alojaron, más de una vez, en su residencia de la Plaza de la Ermita. Su estilo conciliador se adelantó a su tiempo, convirtiéndolo en una suerte de precursor del Frente Nacional que amansó los ánimos primarios y civilizó la lucha por el poder entre las colectividades tradicionales. Hoy, al evocar a Vicentico, con amorosa añoranza, me siento feliz y orgulloso de su existencia fecunda. *Ex congresista, ex embajador, miembro de las Academias de Historia de Cartagena, y Bogotá, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. academiadlhcartagena@hotmail.com

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