Columna


Reír

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

24 de julio de 2010 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

24 de julio de 2010 12:00 AM

Hasta quienes intentamos usar el humor como mecanismo de defensa y argumentación, sabemos que es serio. Otros que desdeñan por intrascendente esa posición ante la vida suelen estar ebrios de solemnidad, y arrogancia. Tal vez los fenómenos de la conciencia debieran ser analizados mediante la intuición. Si espacio y tiempo son dimensiones que abruman y limitan, el buen humor y el entusiasmo constituyen un ingrediente necesario para el anhelado desarrollo. Hay que reírse de la adversidad, y de nuestro fatuo egocentrismo. Los momentos vividos debemos verlos más como una comedia que como una tragedia. El hombre que se toma demasiado en serio no tiene salvación. Hay que evitar ver el mundo desde la propia conveniencia y aceptar al prójimo por lo que es, malo, bueno o indiferente. Todos necesitamos de estimulo e inspiración, pero éstos nos llegan por distintos caminos y casi siempre en una forma que escandalizaría a los moralistas. Sin marearnos las predicas que nos enredan con consejos imposibles, es bueno promover la disposición a fórmulas de superación sin afanes, ni pretensiones teológicas. Rabeláis ha sido citado con frecuencia, cuando dice: “Para todos los males te doy la risa”. Con los años hemos adoptado el sistema de no leer los periódicos detenidamente, ni ver la tele con frecuencia, porque las malas noticias perturban. Tenemos que recuperar de nuestras vivencias sociales el gusto por la risa, referida a la cortesía, a las relaciones humanas. La risa es la hija predilecta de la alegría y está muy lejos de la burla, la caricatura, y el rechazo. Humaniza, hace más hombre al hombre. El ser risueño es menos fanático, menos autoritario y mucho más tolerante. La risa, como expresión sacramental del buen humor, forma parte de la sabiduría y llena de sentido los quehaceres humanos. Los rayos jupiterinos y las barbas regañonas del Antiguo Testamento han querido presentar a Dios como severo y castigador. No hay nada más absurdo. Dios es amor, dicen las calcomanías que adornan los carros de gentes piadosas. La risa es expresión de un estado de placidez interior, y no un gesto del rostro. El mal humor suele ser la evidencia de un amor propio incontrolado, de pequeñas contrariedades que no hemos podido asumir, de un corazón que todo lo toma con desconfianza, lleno de amargura, o que, por carecer de convicciones profundas rechaza planteamientos nuevos. El mal humor arruga el espíritu y el rostro. Envejece el alma. Nos satura de pesimismo desolador. Nos arranca la alegría de vivir y convivir. Ahuyenta la paz y fastidia a quienes están a nuestro lado. Los exabruptos del mal humor tienen que pagarlos siempre los más débiles. Hay que reír con una sonrisa cordial, abierta, gozosa o gozona, como decimos en el Caribe. Solo ella es capaz de levantar ánimos decaídos y volver la luz a los corazones tristes. Se convierte a menudo en entusiasmo, en labios amables que saben decir una palabra cariñosa, que simplemente intentan dar un beso cálido, o guardan un silencio respetuoso. Detrás de la sonrisa alienta un mundo encantado: la música de la felicidad, el calor del amor, el sol radiante de la acogida, el abrazo de la tolerancia, la victoria inacabable del respeto y la paz. ¡Reírse es la consigna! *Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario. augustobeltran@yahoo.com

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