Columna


Sal, salero y salado

RODOLFO DE LA VEGA

06 de marzo de 2010 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

06 de marzo de 2010 12:00 AM

De la reacción de un ácido y un metal, resulta una sal. Así se obtiene el cloruro de sodio, el nitrato de plata, el sulfato de potasio y tantísimas sales más. Pero la sal por excelencia es el cloruro de sodio (NaCl), tan abundante en la naturaleza y tan necesaria en nuestra vida cotidiana, a tal extremo, que la llamamos sal de cocina y se utiliza en la preparación y conservación de alimentos. Está la sal tan íntimamente asociada a la vida del ser humano que se usa en sentido figurado para señalar situaciones diferentes y hasta opuestas. Entre españoles es frecuente el uso de salero para indicar gracia o donaire. Salerosa es la mujer graciosa, atractiva y generalmente bella. En otros países de habla hispana, como el nuestro, decir que una persona es o está salada significa que tiene mala suerte. Cuando personas malvadas quieren perjudicar a otra, le echan sal en la entrada de su casa para “salarla”. Nuestro Señor Jesucristo hizo mención de la sal como elemento de vida. Los evangelistas así lo anotan: Mateo 5-13 “Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada sino para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres”. Marcos 9-50 “Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonareis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros”. Lucas 14-34 “Buena es la sal, mas si también la sal se desvirtuara ¿con qué se la sazonará? No es útil para la tierra, ni para el estercolero, la tiran fuera. El que tenga oídos para oír, que oiga”. Entre nosotros, definitivamente, la sal se asocia a mala suerte: decimos, por ejemplo, “no le compres lotería a Manuela; esa mujer está salada”. En 1949, trabajaba yo en el Terminal Marítimo de Cartagena. Uno de mis compañeros, Demetrio Barrozo, era sumamente supersticioso. Siempre actuaba atendiendo consejas de brujos y echadores de suerte. El tal Barrozo estuvo atravesando un período con problemas económicos. Se quejaba mucho de su “saladera”. Cualquier día dejó de quejarse. Todo era risa y buen humor. Por un vecino suyo, supimos sus compañeros de oficina que el amigo Barrozo acostumbraba a bañarse en el patio de su casa los viernes por la noche con un agua de color azul. Uno de los compañeros, Luis A. Román, y yo, entramos en conversación con Demetrio Barrozo y fingimos estar muy preocupados porque todo nos salía torcido. Él nos oyó con cierto recelo y finalmente, solicitándonos que no le divulgáramos el secreto, nos dijo que había padecido algo semejante y que mediante una práctica que le había enseñado una curandera, había logrado espantar la “saladera” y ahora, le estaba yendo muy bien. He aquí la fórmula: en una lata con agua echar tres chorritos de agua bendita adquirida en tres parroquias diferentes; agregar una tableta de azul para lavar, y una taza de cocimiento de hojas de matimbá. Luego, para contrarrestar la sal, ponerle dos cucharadas de azúcar sin refinar. Agitado todo el contenido, bañarse con una totuma de tal manera que el agua corra para afuera de la casa. Si se baña dentro de la casa se pierde el efecto, pues el mal queda dentro. Lucho Román y yo le aseguramos a Barrozo que cumpliríamos fielmente sus instrucciones. *Asesor Portuario fhurtado@sprc.com.co

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