Columna


San José, patrono de los segundones

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

22 de noviembre de 2009 12:00 AM

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

22 de noviembre de 2009 12:00 AM

Permítanme que me ocupe de quien nunca dijo nada, pero de quien mucho se ha dicho en la historia: San José el patrono de los segundones. Puede sonar fuerte, pero un buen segundón comprende de una las miradas sutiles para no comprender las explicaciones largas. Fue un hombre de obediencia y de oración. Por eso supo comprender lo que Dios esperaba de él. También fue una figura de sombra. Artesano, esposo, padre y educador. No dejó ninguna palabra hablada ni escrita. Sólo tuvo sueños que, con dificultad, acató y siguió. No sabemos cuándo nació ni murió. Sólo sabemos que, valiente y decidido, llevó a su casa a una muchacha que concibió por obra y gracia del Espíritu Santo, que estaba embarazada y asumió al hijo poniéndole el nombre de Jesús. Luego enfrentó con su familia la persecución de un monarca sanguinario, vivió el desplazamiento y, al volver, se escondió en un pueblecito del norte, en Nazaret. Inició a Jesús en las tradiciones religiosas de su pueblo y le transmitió la profesión de artesano carpintero. Fue justo en todo sentido. Después, desapareció sin dejar rastro. Sólo los apócrifos (libros tardíos, no del canon oficial) saben mucho de José, pero de manera fantasiosa y, a veces, ridícula. Llegan a decir que, viudo con seis hijos, se casó con María a los 93 años, estuvo con ella 18 años y murió a los 111. San José tiene su centralidad desde su silencio activo y belleza moral. Su experiencia de Dios fue simple y sencilla, cotidiana y anónima. Pienso que en San José viven la gran mayoría de los cristianos. Nuestros padres, abuelos y parientes que toman en serio el evangelio y el seguimiento de Jesús. Él no sólo es patrono de la Iglesia universal, también de la Iglesia doméstica, de los hermanos y hermanas más pequeños de Jesús. Representa a la “buena gente”, la “gente humilde”, sepultada en su día a día gris, que gana la vida con mucho trabajo y lleva a sus familias por los caminos de la honestidad. Se orientan más por el sentimiento profundo de Dios que por doctrinas que hablan sobre Dios. Para ellos, como para José, Dios no es un problema sino una luz poderosa para solucionarlos. En este ambiente creció Jesús. Su relación con José, a quien llamaba padre, debe haber sido tan íntima que sirvió de base para sentir a Dios como “Papá” (Abba) y trasmitirnos esa experiencia liberadora. Esto ya es suficiente para estarle eternamente agradecidos. Pienso que viene muy bien aprender de San José. Quienes tenemos responsabilidades de diverso orden, y se nos exigen niveles de eficacia y de eficiencia, comprensión técnica, política y administrativa, porque el mundo de hoy es de resultados que se señalan con el dedo, y debemos darle cuenta a un jefe o a un superior, a quienes le gustan los mandados bien hechos, debemos mirarnos en el espejo de San José. Desafortunadamente es mucho más lo que nos miramos en el espejo escandaloso de las pirámides laborales, donde no son pocos los que escalan tomando a los demás como peldaños o tumbando al resto, que asciende con fatiga, para igualarnos por lo bajo. Aquí dejo la oración confiada del buen segundón: “San José, esposo de María y padre putativo de Jesús / Enséñame a avanzar sin pisotear, a trabajar sin esperar aplausos / Dinos, José, cómo se hacen las cosas fenomenales desde un segundo puesto”. Amén.

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