Columna


Santidad y Felicidad

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

01 de noviembre de 2009 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

01 de noviembre de 2009 12:00 AM

“El hombre experimenta la alegría cuando se halla en armonía con la naturaleza y sobre todo la experimenta en el encuentro, la participación y la comunión con los demás. Con mayor razón conoce la alegría y felicidad espirituales cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y amado como bien supremo e inmutable…;” Pablo VI. La santidad es la máxima aspiración del ser humano y según nos explica Jesucristo es la fuente de la verdadera felicidad. El único santo, tres veces santo, completamente santo es Dios. Al encarnarse Dios en Jesucristo nos dio el modelo perfecto de santidad que, aunque divino, es también plenamente humano. Para que el ser humano pueda conseguir la santidad necesita a cada momento entregar libremente la voluntad a Dios para que su Espíritu viva en esa persona y lo vaya purificando en sus realidades internas y sus acciones cotidianas. Celebramos hoy a las personas que forman parte de la Iglesia triunfante en el cielo porque permitieron que el Espíritu de Dios los guiara hasta la tierra prometida en medio de las realidades corrientes de la vida. Es necesario el empeño personal por crecer en las virtudes pero también es necesaria la humildad para entregar nuestra voluntad a Dios. Dios es quien hace eficaz el esfuerzo humano y quien hace crecer en las virtudes ordenadas al bien y al amor. Cuando se admira a alguien considerado santo, no se quita para nada la gloria a Dios, lo contrario, se reconoce cómo Dios trabaja a través de los seres humanos y corrientes que confían en su misericordia y amor. El evangelio de hoy muestra la felicidad que experimentan estos bienaventurados y nos señala las claves expresas para conseguirla: entregarse totalmente a Dios, sin anteponer nada a Él, sin apegos a riquezas ni a bienes terrenos, trabajando activamente por la paz y la justicia, con fe y esperanza en medio de las tristezas y dificultades de que Dios mismo nos consuela y con confianza plena de que si se padecen injusticias y persecuciones por seguirlo, Él derivará abundantes frutos, para el propio bien y el de la humanidad. Debemos aspirar a tener un corazón puro, humilde y compasivo para disfrutar de la promesa de máxima felicidad que es poder estar en su presencia. Dice el Señor: “Alégrense y regocíjense, porque tendrán una recompensa grande en el cielo”*. Sólo Jesucristo ha podido vivir esas bienaventuranzas en grado perfecto, pero nos dejó su Espíritu presente en el mundo, para que pudiéramos auxiliarnos en medio de nuestras debilidades y, a través de su gracia, tuviéramos la posibilidad de vivirlas también. Poner la confianza plenamente en Dios requiere de una voluntad activa, dispuesta a comunicarse con Él a través de la oración y los sacramentos, dispuesta a ofrecer todos los acontecimientos de la vida por amor a Él, con una conciencia despierta a la obediencia para analizar cada detalle de nuestras intenciones, motivaciones, pensamientos, sentimientos y acciones para irlos modificando hacia el bien y el amor. Dios desea una humanidad bienaventurada, dichosa, bendecida, llena de felicidad y alegría. Confiemos en Él y vivamos de acuerdo a sus mandamientos y exigencias del evangelio y lo conseguiremos, porque con Él, quien es la fuente misma de la santidad y de la felicidad, todo es posible. Mt 4, 25- 5,12 *Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial. judithdepaniza@yahoo.com

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