Columna


Si no le gusta, bájese

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

07 de enero de 2010 12:00 AM

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

07 de enero de 2010 12:00 AM

Una euforia apocalíptica bordea las calles llenas de turistas. El centro de la ciudad atestado de visitantes, no es un sitio amable para los lugareños, que en los días de fin de año somos ignorados por los taxistas, que prefieren llevar a algún extranjero al que le quitarán más dinero. Desde que comienza diciembre el mercado Bazurto se transforma en un obstáculo infranqueable que divide a la ciudad en dos. Las compras navideñas y la reactivación del comercio se convierten en una barrera humana y de vehículos que los taxistas intentan evitar para no perder tiempo. Si usted se encuentra en Bocagrande, por ejemplo, lo más lejos que podrá llegar en un taxi será hasta el Pie de la Popa. No en vano, algunos mapas turísticos, como alguna vez le escuché argumentar a Freddy Ávila, llegan hasta el centro comercial Caribe Plaza. La ciudad que sigue después es de acceso limitado. Si usted se encuentra en La Castellana, por ejemplo, no sueñe con llegar al Centro tan fácilmente. Pues, durante los días de diciembre, los taxis trabajarán de un lado o del otro, le preguntarán a usted a dónde se dirige, decidirán si aceptan llevarlo o no y dirán por cuánto, así se encuentre por fuera de las tarifas establecidas. Si usted quiere llegar a algún lado, aceptará pagar aunque sepa que le están robando. El tráfico se pone pesado y la ciudad se hace más hostil. El 30 de diciembre tomé un taxi y le pedí al conductor que se dirigiera al centro de la ciudad. A la altura del Castillo San Felipe, el conductor, de mala , me exigió que le dijera a qué parte del Centro me dirigía. Le dije que continuara el camino y que con tiempo le daría la dirección precisa del lugar en el que debía dejarme. El hombre lucía molesto y destilaba un resentimiento incomprensible. Le recordé que él estaba prestando un servicio y que se limitara a eso. Ante su agresividad le pedí que me dejara justo al llegar al Centro y se rehusó, obligándome a continuar en el vehículo. Encontré a un agente de Tránsito en el camino y le grité por la ventana pidiendo ayuda. El conductor no se detuvo, pero el agente, que actuó rápido, tomó una moto y cerró su paso más adelante. Conductores que cobran más de lo establecido, que deciden a dónde lo llevan a uno, que “si no le gusta bájese” y que como en mi caso, se niegan a detenerse llevando al pasajero en contra de su voluntad hasta un destino insospechado; son los mismos conductores que en febrero tocan la bocina desesperados y se pelean entre sí los pasajeros, en una contienda frenética por ganarse la vida. Esta ciudad marcada por las dinámicas de las temporadas turísticas, necesita aprender a ser más amable todo el año. Los cartageneros somos los turistas de todos los días, somos los clientes de las temporadas bajas. La temporada alta, que significa más ingreso, también debe suponer un esfuerzo por construir una ciudad menos hostil para todos. El aumento de la demanda debería generar un espíritu de alegría y no una avaricia malgeniada.

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