Columna


Todo por un reloj

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

14 de febrero de 2010 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

14 de febrero de 2010 12:00 AM

Hace dos meses, antes de la Navidad, le hice una broma pesada al médico Armando Pomares, el cirujano de las primeras cuatro hernias de mi colección de cinco. Yo sé –le dije– de tus magníficos trabajos sobre el diagnóstico precoz de la pancreatitis aguda, el cambio en las técnicas para operar hemorroides y de tu manía con la recepción total del cáncer del recto por vía abdominal, sin la desgracia de la colostomía irreversible. Pero nunca he sabido que hubieras soltado tu diestra mano más allá de las hernias, las apendicitis, las úlceras perforadas, los cálculos de vesícula y las abueitotomias para comprobar los daños de traumas mayores entre el esternón y las partes pudendas. “El Negro” sonrió con picardía, sin el más leve asomo de desagrado, y se limitó a contestarme que yo tenía la razón y él la culpa por no haberse especializado en cirugía cardiovascular, que lo atraía tanto de recién graduado. Con gesto grave me confesó que la pobreza lo había forzado a quedarse de cirujano general. No importa –le riposté, esta vez en serio– porque eres de los mejores que tenemos. Lo proclamaba a voz en cuello Hernando Espinosa Paris, tu mentor y amigo, con la convicción de quien sabía lo que afirmaba. Además, lo reconfirmamos tus pacientes. Me despedí de Pomares con la preocupación de que aquella broma mía lo hubiera lastimado, pero también con el presentimiento de que no se quedaría, tampoco, con la espinita enterrada. Esperaba, para el próximo encuentro, un vainazo sutil y respetuoso, en el mismo tono changonguero que usé yo, sobre alguna de mis tantas fallas. Me equivoqué. El 30 de diciembre volvimos a vernos en la misma esquina del abanico de los pobres y me abrazó con la calidez y el afecto de toda la vida. Estuve tranquilo hasta ayer en la mañana, cuando el vigilante del edificio donde vivo llamó por el citófono para anunciarme un sobre sin remitente que me dejaron la víspera en la recepción. Pensé en una carta-bomba y llamé a un militar retirado experto en explosivos, conocido mío, para que lo abriera. Lo hizo con precisión de orfebre. Eran las fotocopias de dos informes de prensa que destacaban un ingenioso procedimiento con el cual Pomares salvó de la muerte a un pandillero de 22 años, apuñalado en una riña por un carnicero de profesión en el espacio intercostal izquierdo, a milímetros del corazón, para evitar que le robara el reloj a su mujer en un bus de servicio público. Al hacerle una incisión de costado a costado, Pomares advirtió que el “mango” no le bombeaba la sangre para las arterias sino que la botaba para la cavidad pericárdica. El shock era evidente, y no había teflón para recubrirle el pericardio. Pero, al recordar que el teflón es un material que sólo le sirve a una persona en el mundo, a Álvaro Uribe Vélez, pidió una bolsa plástica de suero y la utilizó para suplir el teflón y probar que en la jerarquía de los atributos mentales la imaginación complementa la ciencia. Allí sigue el chuzado, dos años después, vivito y reparando frenos como los que él le puso a su mala vida. Tengo la certeza de que “El Negro” ha festejado, con risotadas de mandíbula despernancada, el mentís que le dio a mi broma con la recreación magistral que le brindó un lance entre pandillero y carnicero por un reloj Casio. *Columnista y profesor universitario carvibus@yahoo.es

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS