Columna


Un mea culpa tardío

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

11 de abril de 2010 12:00 AM

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

11 de abril de 2010 12:00 AM

El 8 de abril, en un gesto sorprendente, el Primer Ministro ruso, Vladimir Putin, participó en una ceremonia en recuerdo de los miles de prisioneros del ejército polaco, ejecutados por los rusos en la primavera de 1940 en los bosques de Katyn. Los rusos invadieron Polonia por el este cuando simultáneamente lo hicieron los nazis por el oeste, el 1 de septiembre de 1939, al comenzar la II Guerra Mundial, en virtud de un pacto cínico firmado entre los dos gobiernos días antes. En pocos días, Polonia quedó como un pollo despresado por la siniestra acción de Stalin y Hitler, los dos dictadores gánsteres del siglo XX. En el territorio usurpado por Stalin, los rusos tomaron miles de prisioneros, entre los cuales estaba la élite intelectual del ejército polaco. El 13 de abril de 1940, los soviéticos procedieron a eliminar a más de 22.000 prisioneros de guerra, entre los cuales estaban científicos, literatos y profesionales de distintas disciplinas, vinculados al ejército polaco, entre ellos un almirante, 6 generales y 24 coroneles, los cuales fueron atados, amordazados, arrodillados y asesinados de un tiro en la cabeza, y enterrados en el bosque de Katyn. En 1943, los nazis descubrieron la fosa común, y Goebbels, ministro de propaganda nazi, armó una alharaca, ya que le habían servido en bandeja de plata las pruebas para acusar a los rusos de genocidio. Alemania convocó a médicos forenses de los países neutrales para hacer el peritazgo y fungió como veedora la Cruz Roja Internacional. Los expertos certificaron que la matanza fue perpetrada por los rusos. Stalin negó los cargos y dijo que eran propaganda política. Pero las pruebas eran incontrovertibles y el escándalo se convirtió en un embrollo político, ya que esta matanza los equiparaba, en cuanto a atrocidades, a las realizadas por las hordas hitlerianas, denunciadas acremente por la propaganda soviética. A pesar de la evidencia, los aliados (EE. UU e Inglaterra) se hicieron los de la vista gorda para no hacer añicos la coalición contra Hitler, que tenían con los rusos. Cuando terminó la guerra, en el juicio de Núremberg, la cuestión de Katyn fue paradójicamente incluida en la lista de crímenes atribuidos a los nazis. Pero, cuando salieron a relucir las pruebas contra los soviéticos, el asunto se dejó quieto para evitarle una situación embarazosa al régimen de Stalin, que en ese momento, en su calidad de potencia victoriosa, juzgaba los crímenes de guerra de los militares alemanes. En la posguerra, los soviéticos siguieron culpando a los nazis por la matanza, pero, con la llegada de la Perestroika se abrieron los archivos soviéticos, y en 1992, Boris Yeltsin le entregó al presidente polaco, Lech Walesa, documentos hasta entonces secretos, que mostraban que Stalin había ordenado directamente la matanza de los oficiales del ejército polaco. Putin, en la ceremonia del 8 de abril, dijo: “Durante décadas, con cínicas mentiras se intentó ocultar la verdad sobre la matanza de Katyn, pero, si bien no podemos cambiar el pasado, sí podemos establecer y preservar la verdad, y esto significa justicia histórica”. Estas palabras de Putin, aunque son un “Mea Culpa” tardío por los crímenes de Stalin, son una prueba más de que tarde o temprano la verdad siempre se abre paso. *Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena. menrodster@gmail.com

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