Los que han tenido el placer de escuchar a Elena Burke, tal vez recuerden una melodía particular, titulada “Son al son.” En ella, la magnánima vocalista, dice: “Mi tierra linda, porque te quiero, yo a ti te canto mi son entero.” La suave ululación del piano, la grave aparición de esa voz fémina y honda, y sobre todo, el dulzor agudo de la flauta, me recuerdan de una forma vívida y sentida a Cartagena. Ese amarillo tostado que adormila las horas después del almuerzo, el chispero de sol encandilado que espeja la bahía de Manga. La melodía, con todos sus altibajos y piezas, parece una emanación directa del paisaje cartagenero. Y yo, muy cartagenera también, siento un erizamiento sensorial inexpresable. Se agolpan en mí visiones fragmentadas con esos tonos tibios, esa quietud que mece las tardes, y claro -no en vano a Elena Burke la apodaban “La Señora Sentimiento”- siento nostalgia. Desde la distancia en la que me encuentro, se han instalado en mí varias reflexiones. Hace poco llegó a mí un tardío, pero contundente hallazgo: las vidas de dos escritoras colombianas, Marvel Moreno y Helena Araújo. Dos mujeres cuya única manera para poder ser fue partir de sus tierras. Marvel, barranquillera, huyó del patriarcalismo caribeño, tan sensualista, tan onírico, tan de mujeres sabias y oprimidas que se sientan en mecedoras, y se embellecen así sea para pasar las tardes recibiendo las brisas del Caribe. Helena, de la Bogotá señorial donde brotaban semillas contestatarias, tan típicas de los sesenta. Ambas escogieron un exilio voluntario, intuyeron desde temprano que deseaban un mundo más vivaz, menos soporífero, donde pudieran sentir plenitud. Como es común en asuntos de mujeres, el cuerpo era algo fundamental. La cuestión del ser o el parecer. En vez de sumirse a las convenciones de esposas dóciles, mujeres frívolas, capaces de sobrellevar la repetición de lo mismo con goce, escogieron, en una época menos habituada a este tipo de opciones en las mujeres, irse, perseguir un oficio que parecía descartable o absurdo en ese nido de morales y verdades constrictivas. Marvel, que una vez en París nunca más volvió, se dedicó, no obstante, a escribir sobre la esencia de su Barranquilla, los vicios morales, las obligaciones femeninas, la contrariedad que suponía existir en ese mundo en el que llegó a ser Reina del Carnaval. Su partida le otorgó su anhelo de poder dedicarse a escribir, pero también ratificó que seguía, de cierta manera, aferrada a Barranquilla. Porque a veces, para dejar decantar ciertas emociones poderosas, hay que irse. Y entonces, es una renuncia amorosa. Cuando oigo la canción de Elena Burke, siento una ambigüedad en el verso que cito al principio, y a momentos oigo una pregunta y no una afirmación. “Mi tierra linda, ¿por qué te quiero?” (...) No porque anide en mí desprecio alguno por mi ciudad. La amo con un frenesí que a veces se encuentra contrariado, porque no soporto sus injusticias, porque aborrezco el desperdicio de los robos burocráticos, la desolación de sus bellos espacios arquitectónicos desaprovechados, porque me enerva la marginación social y la frivolidad de sus círculos altos. Es que a algunos de nosotros nos calcina esa Cartagena de ritos idénticos y colores tristes, de sopor y estancamiento, de sociedad que se muerde su propia cola. Pero al irnos, lo hacemos amorosamente, escribimos y reflexionamos sobre ella, le pertenecemos siempre. *Historiadora, periodista y escritora rosalesaltamar@gmail.com
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