Hace unos días, luego de escuchar a Cristo Figueroa durante una sesión de Renata (taller de escritura creativa auspiciado por el Ministerio de Cultura y el Banco de la República), concluí que más que de una estantería con libros y revistas, en la ciudad quienes queremos escribir adolecemos de la posibilidad de intercambiar opiniones con quienes han logrado descollar en la localidad u otros ámbitos, no porque nos inhibamos para acercárnosles, sino porque la oportunidad para departir con ellos se reduce a la ronda de preguntas que fluye tras la conferencia que pronuncian con ocasión de la esporádica y fugaz visita que realizan por estos parajes. Sí, porque si bien hacer literatura es un proceso que implica agudizar la mirada, desarrollar la voz y encontrar el ritmo que permita escribir la historia que uno concibe para luego difundirla entre los lectores, desde que me vinculé a Renata tengo por cierto que para el éxito de dicha labor no basta escribir sobre lo que percibo o intuyo, ni aplicarme a leer los textos que han sido reconocidos por la perfección de la técnica, la fluidez del lenguaje y la fortaleza de los personajes, sino que también importa contar con la orientación de quienes, trajinando con el tema, han adquirido la habilidad para descubrir la arquitectura de la estética y advertir la potencialidad o deficiencias de un texto. Esta certeza, que he ido consolidando a lo largo de mi permanencia en el taller, tiene como soporte los cuestionamientos y recomendaciones que han hecho María Alejandra García, su directora en la ciudad, los escritores asociados Nahum Montt, Cristián Valencia, Juan Carlos Céspedes y los integrantes del taller, entre quienes se cuenta Martha Urzola Álviz, distinguida recientemente como finalista de la convocatoria que realizó el Taller de Escritores de la Universidad Central, lo cual debe regocijar y animar a todos los que en esta comarca estamos iniciándonos en esta lides. Esta tarde, en el Banco de la República, estará con nosotros José Zuleta Ortiz, cuya consagración al oficio se aprecia en la poesía y en la prosa, tanto que este año su trabajo “Ladrón de olvidos” permitió que se le galardonara como el mejor cuentista del país, quizás porque ha desarrollado el hábito del asombro ante las trivialidades de la cotidianidad, a las que encausa hacia desenlaces que nadie sospecha pero que están dentro de las posibilidades de las tragedias que nos afectan, como, para citar un caso, la que ofrece un espléndido fogonazo de la pólvora para acabar con la ilusión de quienes careciendo de medios sueñan con estar inmersos en la orgía del consumismo. Espero que su presencia y sugerencias nos persuadan de una vez por todas para liberar nuestras palabras con la sobriedad, precisión y parquedad con que él ha depurado su estilo. Al fin de cuentas ese es el objetivo de su otro oficio, el de promotor que recorre el país, de cárcel en cárcel, develando la utilidad de la escritura, no como un método para expiar o sobrellevar la culpa, sino como una travesura que surgiendo de la reflexión dará paso a la creación para encantar al lector. A los que hacen posible la literatura, esta crónica es obligada. *Abogado y profesor universitario noelatierra@hotmail.com
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