He visto a los niños de Olaya Herrera, sector 11 de noviembre, en Cartagena, buscando donde posar el pie en el pantano que es su calle. Óscar Díaz captó con su lente la escena y si el mundo viera estas imágenes diría que es un registro de la pobreza en África o la India, pero es en Cartagena de Indias, Colombia. Mi hijo Gabriel que apenas tiene 11 años me ha pedido conocer el barrio porque allí vive uno de sus amigos, y le he contado que en esta ciudad donde ha tenido el privilegio de nacer abunda la miseria por todas partes. Pero también algo peor: la indiferencia y la indolencia de siglos ante lo que parece irremediable. La peor pobreza, la falta de solidaridad. La peor peste, la que vive en el corazón humano. Allá en ese sector de Olaya todo está por inventarse: esa franja de tierra blanda que es la calle desaparece con la lluvia. Todo se lo lleva el agua y los pies de los niños se aferran a la esperanza de una piedra. En la noche del sábado intenté caminar por el centro de la ciudad y el espectáculo de su pobreza me sobrecogió al instante. Vi a un tipo con una bolsa de basura haciéndose el loco mientras arrancaba los corales y las palmeras sembradas en zonas recién recuperadas. Me detuve paralizado y al instante el vigilante del edificio lo levantó a patadas y cuatro perros callejeros le cayeron encima. El ladrón de flores se enfrentó al mismo tiempo con el vigilante y con los perros. En media hora de batalla no hubo un solo policía en el Centro que pudiera capturar al ratero. Avancé otras cuadras y descubrí la invasión de ventas ambulantes, incluso de gente que ya el Distrito había sacado de la vía, incluso pagándoles para que despejaran el espacio público. La ciudad otra vez ha sido burlada y despojada. El Centro parece de veras una pocilga: escombros de basura en los parques, carretas ambulantes en plena vía, un nuevo y desaforado Bazurto sin control ha vuelto a tomarse las calles y las plazas. Y al igual que el ratero de las flores, nuevos usurpadores han hecho de las suyas con el espacio público. Fortalecer la autoridad y potencializar al ciudadano, son parte de un camino, pero es imposible que la ciudad salga adelante sólo con las inmensas buenas intenciones de una sola autoridad. Así como una golondrina no hace verano, tampoco una mariamulata puede hacer milagros. La confianza se recobra con acciones, sin aplazar la agenda inminente y visionaria de la ciudad, la que nos amuralla a todos, la del ahora puntual y definitivo. Esa suma de presentes que tejen el porvenir en esa tarea de veinticuatro horas al día y trescientos sesenta y cinco días al año, contra el camino minado de las tensiones y las intrigas de los cometierras y los hambrientos de poder, siempre soñando con el pie en el pantano mientras otros duermen. En ese tren de ciudad la mirada debe concentrarse en convertir pobrezas en riquezas, flaquezas en oportunidades y debilidades en fortalezas. Los modelos asertivos de Mockus en Bogotá y Fajardo en Medellín tienen que reinventarse en Cartagena, porque sus ciudades no tuvieron inquisición ni esclavitud ni ciudades sitiadas y no heredaron la práctica abominable de la discriminación y el desprecio racial. El tiempo se acorta y estamos otra vez a punto de perder una nueva oportunidad histórica y seguir siendo como en la escena de Olaya Herrera, una comunidad en el pantano. gtatis@eluniversal.com.co
Comentarios ()