El sueño bolivariano de una patria grande que incluyera a lo que es actualmente Colombia, Venezuela y Ecuador, se malogró por la aversión del venezolano Miguel Peña hacia Colombia. Peña nos odiaba porque había sido condenado por el Senado de Colombia, por incumplimiento de sus funciones como magistrado, al no haber firmado una sentencia de muerte de un paisano suyo, el coronel Leonardo Infante, quien había matado por celos a un teniente caraqueño llamado Francisco Perdomo. La historia, comenzó cuando Infante, un aguerrido militar, de 40 años, de mal genio, cojo por más señas, se le dio por casarse con Marcela Espejo, de 15 años, quien además de bonita era alegrona (una mezcla explosiva) y como era previsible ella al poco tiempo le fue infiel. El elegido fue el joven teniente Perdomo, quien fue atrapado por Infante haciendo “inmoralidades” con la Espejo y asesinado de un sablazo en la cabeza el 24 de julio de 1824. El tribunal militar condenó a muerte a Infante. El proceso se anuló y se inició con otro jurado compuesto por 2 venezolanos y 3 neogranadinos, los primeros absolvieron, dos neogranadinos condenaron y el otro voto por el presidio. Entonces se nombró conjuez a José Joaquín Gori y este voto a favor de la pena de muerte a Infante. Miguel Peña, presidente del tribunal se negó a firmar la sentencia. Santander, llevó el caso a la Cámara de Representantes que suspendió a Peña de su cargo. Peña se sintió agraviado y cuándo se dieron los hechos de la revolución de La Cosiata (1826), liderada por Páez, (que culminó en separación definitiva de Venezuela en 1830) en la era uno de los que le calentaban el oído al caudillo venezolano contra los neogranadinos. Así, entre las piernas de una adolescente alegrona, se frustró el proyecto de la Gran Colombia, un sueño bolivariano. Claro que hubo otros actores. El cónsul estadounidense en la Guaira, J. G Willianson fue quien fomentó la desintegración, como también lo hizo William Tudor, otro funcionario diplomático de esa nación, quien consideraba a Bolívar un “loco peligroso”, pues según él, la lucha del Libertador contra la esclavitud era un mal ejemplo para el sur de Estados Unidos y también porque, su país, según sus palabras, “Tiene razones poderosas contra el engrandeciendo excesivo de la América liberada por Bolívar y por el surgimiento de una nueva potencia”, preocupación compartida por la Gran Bretaña. Tal vez por eso, el almirante británico Fleming se movía como una lanzadera entre Cartagena y Valencia (Venezuela) alentando la división (Galeano E. Memorias del Fuego. Tomo II, Pág. 170) Después del asunto de Marcela Espejo, las relaciones entre Colombia y Venezuela han estado signadas por reyertas y rifirrafes permanentes. En la Guerra de los Mil Días porque Venezuela sirvió de refugio a guerrilleros liberales; en 1952, por el problema del Archipiélago de los Monjes, en 1987, por el ingreso del buque ARC Caldas al golfo de Venezuela y ahora el motivo es la presencia norteamericana en siete bases colombianas, lo cual es visto por Chávez como una maniobra de los Estados Unidos para invadir a Venezuela. Ojalá en Bariloche se le baje la tensión a este último incidente, pues una confrontación bélica no le conviene a ninguna de estas dos naciones. *Directivo Universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena. menrodster@gmail.com
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